“El Instituto de los Inocentes, con sus seis siglos de historia, una historia que no ha terminado, sino que mira hacia el futuro, nos habla de una ciudad que se ha esforzado por dar la bienvenida a los niños, para que ya no puedan ser llamados ‘abandonados’ sino ‘bienvenidos’, confiados al amor y cuidado por la comunidad”. Con estas palabras se ha dirigido el papa Francisco hoy a los dirigentes, trabajadores, niños y niñas del Instituto de los Inocentes de Florencia con motivo de la celebración de los 600 años de su fundación.
En primer lugar, ha destacado que su origen está en “la generosidad de un rico banquero, Francesco Datini”, quien donó la cantidad con la que fue posible iniciar las obras del edificio. “Incluso hoy, la responsabilidad social y ética del mundo de las finanzas es un valor indispensable para construir una sociedad más justa y unida”, ha subrayado.
Francisco ha señalado, además, que “otro elemento sorprendente de esta historia es que el diseño fue confiado a Filippo Brunelleschi, el arquitecto más importante de la época, que en ese momento estaba trabajando en una obra maestra que aún hoy asombra al mundo: la cúpula de la Catedral de Santa Maria del Fiore”, ya que esta obra representa que “la misma belleza dedicada a la casa del Señor también está dedicada a la casa de los niños menos afortunados”. Y es que a los niños necesitados de acogida “no era suficiente con darles la leche a las enfermeras, sino que se deseaba hacerlos crecer en un ambiente lo más hermoso posible”.
Una vida digna para los más pequeños
Así, durante seiscientos años, el Instituto de los Inocentes “se ha preocupado de ofrecer a sus niños y niñas todo lo que necesitan para crecer de manera digna” y, por ello, supone el ejemplo más claro de “una verdad que debe ser dicha con fuerza: a los pobres, a las criaturas frágiles, a los que viven en los suburbios, debemos ofrecer lo mejor que tenemos”.
Entre estas personas frágiles que precisan asistencia y cuidados “hay muchos niños rechazados, privados de su infancia y su futuro, menores que enfrentan viajes desesperados para escapar del hambre o la guerra”. Pero, también niños “que no ven la luz porque sus madres sufren condicionamientos económicos, sociales o culturales que las empujan a renunciar a ese maravilloso regalo que es el nacimiento de un niño”.
Reconocer el valor de la vida
Por todo ello, Francisco ha destacado la necesidad de crear una cultura que “reconozca el valor de la vida, especialmente en los débiles, amenazados y ofendidos” y, en lugar de fomentar actos basados en “cómo dejarlos de lado, excluidos con paredes y cerraduras”, se preocupe por ofrecer “cuidados y belleza”. “Una cultura”, ha dicho el Papa, “que reconozca en todos los rostros, incluso en los más pequeños, el rostro de Jesús”.
Francisco no ha olvidado que el Instituto de los Inocentes es un lugar de historia, “pero también de historias, pequeñas pero igualmente fascinantes”. Las historias de los cientos de miles de niños que han pasado por el edificio, pero también las de sus madres. “A menudo se marchaban, dejando a los recién nacidos con medallas partidas por la mitad, con las que esperaban, al presentar la otra mitad, poder reconocer a sus hijos en tiempos mejores”. “Debemos imaginar que nuestros pobres tienen una medalla rota, y que tenemos la otra mitad”, ha dicho Francisco, porque la Madre Iglesia tiene en Italia la mitad de la medalla de todos y reconoce a todos sus niños abandonados, oprimidos y fatigados”.