Cada viernes, Vida Nueva te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
Aladdin (Mena Massoud) es un ladronzuelo encantador, pero sin suerte, que vive en la ciudad de Agrabah. Enamorado de la hija del sultán, la princesa Jasmine (Naomi Scott), para intentar conquistarla acepta el desafío de Jafar (Marwan Kenzari): entrar en una cueva en medio del desierto para encontrar una lámpara mágica que concede tres deseos a quien la posea. Allí Aladdin conocerá al genio (el popular Will Smith), iniciando una aventura inimaginable.
Guy Ritchie, director de la trilogía incompleta de ‘Sherlock Holmes’, versiona con personajes de carne y hueso el clásico animado de Disney estrenado en 1992, uno de los más celebrados por el gran público. Y explotando esta nostalgia, alimentada por temas musicales sobradamente recordados, encuentra su mejor baza.
Pero ni los cambios en algunos de sus personajes, ni el ritmo, ni la colorista puesta en escena –que parece importada del mismísimo Bollywood– están al altura de esta imaginativa historia. Mucho menos de su espíritu original.
Tan desdibujado y políticamente correcto resulta este ‘remake’, que su falta de chispa, de magia se convierte en un problema. Y grave, más si cabe cuando uno de sus protagonistas es un genio.
La secretaria de Estado más joven de la historia (Charlize Theron) es una mujer de hoy inteligente e íntegra, dispuesta a defender sus ideales frente a chantajes e intereses bastardos. Aunque parecía poco probable, en su camino se cruzará un periodista estrafalario y lenguaraz (Seth Rogen), pero de principios insobornables y un sentido del humor un tanto especial.
Dos personajes muy diferentes, bella y bestia de turno, llamados a entenderse y trabajar juntos, cuya química –también la de ambos intérpretes– se convierte en motor narrativo de esta comedia romántica con pretensiones de sátira política.
La obligada convivencia pone en escena el escaparate y la trastienda de la política, al tiempo que permite descubrir su grado de complicidad e intimidad. Con un “momento Pretty Woman” –con los papeles cambiados– como previsible punto de inflexión. Eso sí, los fogonazos de incorrección rebajan su azúcar.
A ratos divertida, casi siempre entretenida, no faltan tampoco reclamos más “serios”, como la batalla femenina contra los estereotipos, la cruzada medioambiental o las renuncias personales de los servidores públicos. Un rescate de urgencia para una tarde de tedio.
Casi un centenar de atracos en dos años a lo largo y ancho de cinco Estados, 17 ingresos en prisión y otras tantas fugas… Es la “hoja de servicios” que recoge la ficha policial de Forrest Tucker, “el ladrón que robaba bancos con un sonrisa”.
Esta historia real, de lo más cinematográfica, se convierte ahora en película de la mano del joven guionista y realizador David Lowery y con Robert Redford como protagonista, en lo que constituye –así se anunció en su día– el adiós definitivo a la interpretación de una de las grandes estrellas de la industria hollywoodiense de las últimas décadas.
Un tipo educado y elegante, cuya simpatía es un arma mucho más efectiva que su pistola, quiere seguir dando guerra, vaciando cajas fuertes… No como una forma de ganarse la vida, sino de vivir. Un papel que se ajusta al talento y la gestualidad del veterano actor.
Este periplo crepuscular por el lado oscuro de la ley, con cierto aire nostálgico a modo de testamento, no solo se convierte en el último gran golpe, en el broche merecido a una brillante carrera, sino en la prueba irrefutable de que el gran Redford ha entendido –y sigue entendiendo– el cine y la vida con idéntica pasión.