“El área de la vida espiritual hay que trabajarla muchísimo, porque la experiencia de Cristo es la base de todo. Pero, de la misma manera, hay que trabajar en el área afectivo-sexual, no por si pasan cosas, sino porque pasan muchas“. Así ha explicado a Vida Nueva la importancia del acompañamiento espiritual el jesuita Adrián López Galindo, director del máster en Discernimiento Vocacional y Acompañamiento Espiritual de la Universidad Pontificia de Salamanca y ponente en las Jornadas nacionales para vicarios y delegados diocesanos para el Clero celebradas esta semana en Madrid.
López hace especial hincapié en la prevención porque, después de 27 años ejerciendo su ministerio en el acompañamiento, “es muy necesario formar y acompañar a esos jóvenes que el día de mañana van a ser sacerdotes”, especialmente a nivel afectivo y sexual. Y esto es algo de lo que, para él, cada vez la Iglesia se está ocupando más. “En el máster hay 70 alumnos, tanto sacerdotes como religiosos y religiosas, y hay muchas diócesis que han enviado aquí a los formadores de sus seminarios”, explica.
Durante su intervención en las jornadas de la CEE, López hizo “un pequeño resumen de lo que tratamos en el máster, porque los sacerdotes se encuentran un poco menos preparados en el área específica del acompañamiento desde una perspectiva psicológica, antropológica y social y es necesario que sepan manejar situaciones muy diversas”.
Diferenciar entre psicología y espiritualidad
López destaca tres dimensiones principales desde las que abordar el acompañamiento: la vida espiritual, la madurez psicológica humana y lo que él llama “engaños de la vida espiritual”, que no son pecados ni patologías, sino un área en la que residen los miedos, las inseguridades y una serie de conductas dañinas que se deben detectar para ser abordadas.
“Lo que intentamos es integrar aspectos psicológicos con los aspectos espirituales y antropológicos de la vocación”, dice, porque “muchas veces podemos irnos a extremos, o todo lo espiritualizamos o todo lo psicologizamos”. Es esto, precisamente, lo que hace esencial que haya formadores que sepan mirar a los dos aspectos. “Una de las cosas que le decimos a los sacerdotes, tanto en el acompañamiento que hacen a otros sacerdotes como a jóvenes o matrimonios, es que lo primero que tienen que hacer como acompañante es determinar si la persona que tienen delante lo que necesita es acompañamiento espiritual y no haya nada más, porque es posible que la persona que se acerque, por sus condiciones de vida, tenga alguna patología”, asevera.
“Esto no quiere decir que porque tú sepas que hay una dificultad psicológica vayas a excluir a esa persona, hay que acompañarle igual, pero se tiene que saber con quien estás, porque de tu acompañamiento espiritual no depende curar una depresión”, aclara, ya que a esas personas siempre se las debe guiar hacia esa atención psicológica que necesitan mientras el sacerdote o religioso continúa con su labor como acompañante espiritual. “Nosotros no podemos jugar con ese tipo de cosas que son labor de profesionales, por eso hay algunas claves que se pueden detectar para ponerse alerta de que lo que esa persona necesita es otro tipo de atención”, añade.
La soledad del sacerdocio
Asimismo, López insiste en que el acompañamiento a los propios sacerdotes no se debe hacer en el seminario “y una vez ordenado me voy a mi casa, con tantos pueblos y se acabó”, sino que representa algo común a “cualquier persona”, que es la necesidad de ser escuchado. “Para un sacerdote es muy necesario poder confiar en alguien para contarle sus inquietudes, los problemas a los que se enfrenta”, ya que “hay mucha soledad en la vida del sacerdote diocesano”.
“Es muy bueno”, recalca, además, “reconocer que tenemos muchas debilidades, que hay cosas que no sabemos”. Y es que, para “saber acertar en el acompañamiento con jóvenes y matrimonios, por ejemplo, debo haber acertado en mi propio acompañamiento porque esto me hace reflexionar sobre mi mundo afectivo, mi mundo espiritual y mis experiencias”. En definitiva, ser acompañado para poder acompañar.