Desde que en la medianoche del pasado miércoles al jueves 23 de mayo ardiera la cubierta de la Parroquia de Santo Domingo, la iglesia de la Cañada Real que bulle de vida y solidaridad, su gente trata de levantarse. Y no hablamos de personas cualquiera… No obstante, estamos ante un colectivo de vecinos que sale adelante en una zona marcada por amenazas como la droga o la marginalidad.
En un emotivo comunicado, su párroco, Agustín Rodríguez Teso, ya reivindicó que la iglesia “no era la cubierta de Notre Dame, pero era la nuestra”. Y aún más… “Tampoco tenía mucho que envidiar”.
Una comunidad viva
Entre otras cosas porque es una comunidad viva, donde, a la vez que se celebra la misa, se ayuda a jóvenes con problemas de droga, acude el dentista, se dan clases y están presentes entidades como Cáritas o Cruz Roja. Y, entre otras cosas, porque el incendio fue una oportunidad para que su gente (lo que va mucho más allá del concepto de fieles o parroquianos) se volcara en la defensa de lo sentido como propio. Así, uno de los chicos atendidos trató de apagarlo, y otro, ante la llegada de quienes querían aprovechar el accidente para robar en el centro parroquial, “se puso a defender el baluarte con uñas y dientes”. Tras toda la noche en vela, el Sevi consiguió que “solo se llevaran el microondas”.
Como no podía ser menos, al domingo siguiente, se celebró la misa… En conversación con Vida Nueva, Rodríguez Teso relata cómo fue la eucaristía más especial: “La celebramos en la parte menos dañada. Estaba oscuro y solo nos iluminaba la luz de los cirios. Vinieron muchos vecinos, voluntarios de Cáritas y otras entidades, y el arzobispo, Carlos Osoro. Él nos dijo que desgracias como esta sirven para saber dónde tenemos el corazón y lo que es importante en la vida”.
Con todo, hubo un gesto del pastor que resonó más fuerza con cualquier palabra: “Me quedo con el abrazo que le dio a Sevi tras darle las gracias por proteger la iglesia”.
Iglesia de puertas abiertas
Por cierto, como él mismo contó el pasado martes en su charla en el Club Siglo XXI, en Madrid, no sería la única anécdota entrañable que Osoro viviría ese domingo. Tras la misa en la Cañada Real, acudió a la Parroquia Nuestra Señora de la Misericordia, en Vallecas, frente al estadio del Rayo Vallecano. Allí, “se me acercó un chico y me preguntó que si yo lo bautizaría. ‘Claro’, le dije. Y le recibí ese lunes a las 11 de la noche. Y es que el Papa nos está pidiendo a nosotros una nueva forma de anunciar el Evangelio, lo que nos exige abrirnos, y dejarnos de ideología, para purificar la memoria, nuestro corazón y nuestra existencia dejando entrar al Señor”.