“El recuerdo de los pasos que hemos dado juntos nos anima a continuar hacia el futuro siendo conscientes de las diferencias, pero, sobre todo, con la acción de gracias por un ambiente familiar que hay que redescubrir, con la memoria de comunión que tenemos que reavivar y que, como una lámpara, dé luz a los pasos de nuestro camino”, ha afirmado el papa Francisco en su segundo discurso de su visita a Rumanía ante el patriarca Daniel y el Sínodo Permanente de la Iglesia Ortodoxa. Antes, Francisco tuvo un encuentro privado con el líder ortodoxo en la propia sede del patriarcado.
“‘Cristos a înviat!’ [‘¡Cristo ha resucitado!’]”, ha dicho el Pontífice al comenzar su alocución. Y es que “la resurrección del Señor es el corazón del anuncio apostólico, transmitido y custodiado por nuestras Iglesias. Y yo he venido aquí, peregrino deseoso de ver el Rostro del Señor en el rostro de los hermanos; y, mirándoos, os agradezco de corazón vuestra acogida”, ha añadido.
Jorge Mario Bergoglio ha recordado que “los lazos de fe que nos unen se remontan a los Apóstoles, testigos del Resucitado, en particular al vínculo que unía Pedro a Andrés, que según la tradición trajo la fe a estas tierras”. “Ellos –ha continuado– nos recuerdan que hay una fraternidad de la sangre que nos precede, y que, como una silenciosa corriente vivificante nunca ha dejado de irrigar y sostener nuestro caminar a lo largo de los siglos”.
Así, ha indicado que en Rumanía, como en otros lugares, “habéis experimentado la Pascua de muerte y resurrección: muchos hijos e hijas de este país, de diferentes Iglesias y comunidades cristianas, han sufrido el viernes de la persecución, han atravesado el sábado del silencio, han vivido el domingo del renacimiento. ¡Cuántos mártires y confesores de la fe! Muchos, de confesiones distintas y en tiempos recientes, han estado en prisión uno al lado del otro apoyándose mutuamente”.
Por eso, “su ejemplo está hoy ante nosotros y ante las nuevas generaciones que no han conocido aquellas dramáticas condiciones. Aquello por lo que han sufrido, hasta el punto de ofrecer sus vidas, es una herencia demasiado valiosa para que sea olvidada o mancillada. Y es una herencia común que nos llama a no distanciarnos del hermano que la comparte”, ha continuado antes de dar paso a las tres claves de su discurso: caminar juntos con la fuerza de la memoria, a la escucha del señor y hacia un nuevo Pentecostés.
“No la memoria de los males sufridos e infligidos, de juicios y prejuicios, que nos encierran en un círculo vicioso y conducen a actitudes estériles, sino la memoria de las raíces: los primeros siglos en los que el Evangelio, anunciado con parresia y espíritu de profecía, encontró e iluminó a nuevos pueblos y culturas; los primeros siglos de los mártires, los Padres y confesores de la fe, de la santidad vivida y testimoniada cotidianamente por tantas personas sencillas que comparten el mismo Cielo”, ha explicado.
“Necesitamos escuchar juntos al Señor, especialmente en estos últimos años en que los caminos del mundo nos han conducido a rápidos cambios sociales y culturales. Son muchos los que se han beneficiado del desarrollo tecnológico y el bienestar económico, pero la mayoría de ellos han quedado inevitablemente excluidos, mientras que una globalización uniformadora ha contribuido a desarraigar los valores de los pueblos, debilitando la ética y la vida en común, contaminada en tiempos recientes por una sensación generalizada de miedo y que, a menudo fomentada a propósito, lleva a actitudes de aislamiento y odio”, ha argumentado.
En el mismo sentido, ha ratificado la “necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una ‘cultura del odio’ e individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta, pero es más persuasiva e igual de materialista”. Y ha proseguido: “A menudo nos presenta como una vía para el desarrollo lo que parece inmediato y decisivo, pero que en realidad solo es indiferente y superficial. La fragilidad de los vínculos, que termina aislando a las personas, afecta en particular a la célula fundamental de la sociedad, la familia, y nos pide el esfuerzo de salir e ir en ayuda de las dificultades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más jóvenes, no con desaliento y nostalgia, sino con el deseo de comunicar a Jesús resucitado, corazón de la esperanza”.
Asimismo, ha recordado que “las numerosas comunidades ortodoxas rumanas, que allí donde están colaboran excelentemente con las numerosas diócesis católicas de Europa occidental, son un ejemplo en este sentido. En muchos casos se ha desarrollado una relación de confianza mutua y amistad, alimentada por gestos concretos de acogida, apoyo y solidaridad. A través de esta relación mutua, muchos rumanos católicos y ortodoxos han descubierto que no son extraños, sino hermanos y amigos”.
“Para los discípulos, la Pascua marcó el inicio de un nuevo camino en el que, sin embargo, los temores y las incertidumbres no habían desaparecido. Así fue hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos alrededor de la Santa Madre de Dios, con un solo Espíritu y en una pluralidad y riqueza de lenguas, fueron testigos del Resucitado con la Palabra y con la vida”, ha indicado. “Nuestro camino se ha reanudado a partir de la certeza de tener al hermano a nuestro lado –ha continuado–, para compartir la fe fundada en la resurrección del mismo Señor”.
El Papa ha pedido que “nos renueve el Espíritu Santo, que desdeña la uniformidad y ama plasmar la unidad en la más bella y armoniosa diversidad. Que su fuego consuma nuestras desconfianzas; su viento expulse las reticencias que nos impiden testimoniar juntos la nueva vida que nos ofrece. Que él, artífice de fraternidad, nos dé la gracia de caminar juntos; que él, creador de la novedad, nos haga valientes para experimentar nuevas formas de compartir y de misión. Que él, fortaleza de los mártires, nos ayude a que su sacrificio no sea infecundo”.
Y para concluir, Francisco ha pedido a la Iglesia ortodoxa una vez más caminar juntos “en alabanza de la Santísima Trinidad y en beneficio mutuo para ayudar a nuestros hermanos a ver a Jesús”. Para ello, “os aseguro el afecto, la amistad y la oración mías y de la Iglesia católica”, ha finalizado el Papa.