“La cultura del encuentro nos impulsa a los cristianos a experimentar el milagro de la maternidad de la Iglesia que busca, defiende y une a sus hijos”, ha dicho Francisco durante su primera homilía en Rumanía, que ha tenido lugar en la Catedral católica de San José. Y es que, en la Iglesia, “cuando ritos diferentes se encuentran, cuando no se antepone la propia pertenencia, el grupo o la etnia a la que se pertenece, sino el Pueblo que unido sabe alabar a Dios, entonces acontecen grandes cosas”.
Haciendo referencia a la lectura del evangelio, en la que María acude al encuentro de su prima Isabel. “Así, la joven va al encuentro de la anciana buscando las raíces, y la anciana profetiza y renace en la joven regalándole futuro” y, de la misma manera, “jóvenes y ancianos se encuentran, se abrazan y son capaces de despertar cada uno lo mejor del otro”.
“Este es el milagro que surge de la cultura del encuentro”, ha subrayado el Papa, “donde nadie es descartado ni adjetivado sino donde todos son buscados, porque son necesarios, para reflejar el Rostro del Señor”. Además, “no tienen miedo de caminar juntos y, cuando esto sucede, Dios llega y realiza prodigios en su pueblo”.
La alegría de la fe
En este camino de María para ir con Isabel “se nos recuerda dónde Dios ha querido morar y vivir, cuál es su santuario y en qué sitio podemos escuchar su palpitar”. Este lugar no es otro que “en medio de su pueblo”, por lo que “no debemos temer ni desfallecer, porque el Señor está con nosotros”, y esta certeza, como a María, “nos permite cantar y exultar de alegría”.
Francisco ha subrayado que la falta de esa alegría es, “en muchas ocasiones, el problema de la fe”, no tanto “la falta de medios o de estructuras”. Y es que “sin alegría permanecemos paralizados, esclavos de nuestras tristezas”, y la fe “vacila” cuando se cae en la tristeza y el desánimo porque muestra que “vivimos en la desconfianza, cerrados en nosotros mismos” en vez de “sentirnos hijos por los que Dios ha hecho cosas grandes”.
“María viene en ayuda nuestra, porque más que empequeñecer, magnífica, es decir, ‘engrandece’ al Señor, alaba su grandeza”, ha apostillado el Papa, señalando que este es, precisamente, “el secreto de la alegría”, ya que María, “pequeña y humilde, comienza desde la grandeza de Dios y, a pesar de sus problemas —que no eran pocos— está con alegría, porque confía en el Señor en todo” y, de esta manera, “nos recuerda que Dios puede realizar siempre maravillas si permanecemos abiertos a él y a los hermanos”.
Los santos de la puerta de al lado
Por otra parte, el Papa ha llamado a los presentes, sobre todo, a no perder la esperanza. “Pensemos en los grandes testigos de estas tierras”, ha continuado Francisco, personas sencillas, que confiaron en Dios en medio de las persecuciones”. Personas que “no pusieron la confianza en el mundo, sino en el Señor, y así avanzaron” y por quienes el Papa ha dado las gracias “a estos santos de la puerta de al lado que nos marcan el camino”, y cuyas lágrimas “no fueron estériles, fueron oración que subió al cielo y regó la esperanza de este pueblo”.
Asimismo, Francisco ha destacado el hecho de que en el pueblo rumano “existe y late un fuerte sentido de esperanza, más allá de todas las condiciones que puedan ofuscarla o la intentan apagar”. Un pueblo que, mirando “a María y a tantos rostros maternales, se experimenta y alimenta el espacio para la esperanza, que engendra y abre el futuro”.