El Papa se ha dado un auténtico baño de multitudes en Iasi, tanto en la catedral de la ciudad, como en la plaza del Palacio de la Cultura donde celebró un encuentro con jóvenes y familias, ante más de 100.000 personas. En una cuidada celebración dentro de su viaje de tres días a Rumanía, varios fieles compartieron en público su testimonio de fe ante Francisco, que se mostró especialmente conmovido por las palabras de dos abuelos, Elisabetta y Ioan, que acudieron acompañados de sus once hijos. De ellos, siete formaron una familia y otros cuatro son consagrados -dos sacerdotes y dos religiosas-.
Como suele ser habitual, el Papa rompió el discurso previsto para narrar una experiencia personal: “Hace un momento me encontré con una anciana, muy anciana, abuela, y en los brazos tenía un nieto de dos meses. Cuando yo pasé por delante, me lo hizo ver. Ella sonreía con una sonrisa de complicidad, como diciéndome: mire, ahora yo puedo soñar”. Francisco reconoció que “en ese momento me emocioné y no tuve el valor de traérmela para acá”. Eso sí, compartió la lección del gesto de esta anciana y que dio sentido a todo su discurso: “Los abuelos sueñan cuando los nietos van a delante, y los nietos tienen valor cuando retoman las raíces de los abuelos”.
Poniendo en valor la experiencia de los mayores, el Papa invitó a los peregrinos presentes a “no olvidar las raíces” y a responder a la vocación del amor. “El Señor nos da a todos una vocación que es una provocación para ayudarnos a descubrir los talentos y habilidades que poseemos y por qué los ponemos al servicio de los demás. Nos pide que usemos nuestra libertad como libertad de elección, que digamos “sí” a un proyecto de amor, a una cara, a una mirada”, expuso el Papa.
Así, planteó que la vocación “es una libertad mucho mayor que poder consumir y comprar cosas. Una vocación que nos pone en movimiento, nos hace derribar trincheras y abrir caminos que nos recuerdan la pertenencia de niños y hermanos”.
Desde esta vocación, invitó a jóvenes y mayores a “abrir caminos para caminar juntos”, a convertirse en “peregrinos del siglo XXI, capaces de una nueva imaginación de los lazos que nos unen”. “No se trata de crear grandes programas o proyectos, sino de dejar que la fe crezca”, añadió el Papa, en tanto que “la fe no se transmite solo con palabras, sino con gestos, miradas, caricias como las de nuestras madres, de nuestras abuelas”.
“El Espíritu nos recuerda que no somos seres anónimos, seres abstractos, sin rostro, sin historia, sin identidad. No somos seres vacíos o superficiales”, defendió el Papa que presentó las raíces como aquello que permite vivir en fraternidad y hacer fructificar el amor. “Cuando la gente ya no ame, realmente será el fin del mundo”, alertó el Pontífice.
Así el Papa llamó a los rumanos a “caminar juntos” en un diálogo intergeneracional. “Cuando jóvenes y viejos se encuentran, los abuelos no tienen miedo de soñar”, reflexionó Jorge Mario Bergoglio, lanzando una nueva invitación a vivir la sinodalidad, consciente de los escollos que esto conlleva: “Es difícil caminar juntos , ¿verdad? Es un regalo que debemos pedir, un trabajo artesanal que estamos llamados a construir y un hermoso regalo para transmitir. Pero, ¿por dónde empezamos?”.
Francisco planteó como un primer paso la necesidad de “abrir caminos de esperanza”. “Hoy nos toca a nosotros tomar la batuta y decidir sembrar. No podemos esperar a que otros lo hagan, depende de nosotros”, animó a la comunidad católica de Iasi.
En este sentido, hizo una llamada a vivir en comunión, como hermanos, frente al maligno, que “divide, dispersa, separa y crea discordia, siembra desconfianza”. De la misma manera, reconoció que en este empeño en “caminar juntos” existen dificultades. Sin embargo, Francisco está convencido de que “el Señor es el que nos da una canción más fuerte que todas las sirenas que quieren paralizar nuestro viaje”.
En la tarea evangelizadora, el Papa reconoció que la fe “no está listado en la bolsa de valores”, esto es, “no se vende” por lo que “puede parecer que no sirve para nada”. “Pero la fe es un don que mantiene viva una hermosa y profunda certeza: nuestra pertenencia como hijos e hijos amados por Dios”, añadió.
El Papa se dirigió especialmente a los más pequeños, teniendo en cuenta que Rumanía celebra el 1 de junio el día del niño. “Queremos ponerlos en medio y reafirmar nuestro compromiso de querer amarlos con el mismo amor con el que el Señor los ama, comprometiéndonos a darles el derecho al futuro”.
Por último, el Papa concluyó diciendo que “Rumania es el ‘jardín de la Madre de Dios’, y en esta reunión pude darme cuenta, porque es una Madre que cultiva los sueños de sus hijos, que tiene sus esperanzas, que trae alegría a su hogar.
El obispo de Isai, Petru Gherghel, se comprometió ante Francisco a que los católicos rumanos “caminen juntos” como fruto de la visita del Pontífice y le regaló una imagen de la patrona de la localidad.