Lo primero es el nombre: Fra Angelico. “Si buscamos a nuestro pintor en los índices de libros antiguos en italiano no lo encontraremos en la A, ni en la F de Frate, hermano, pues pertenecía a la Orden de los dominicos, sino en la B de beato”, afirma Carl Brandon Strehlke, conservador emérito del Philadelphia Museum of Art y comisario de la extraordinaria exposición que el Museo del Prado inauguró el 28 de mayo, ‘Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia’.
“Juan Pablo II le reconoció oficialmente esa condición en octubre de 1982 –añade–, y al año siguiente, en el aniversario de su muerte, el 19 de febrero de 1455, le nombró patrón de los artistas”. Pero Fra Angelico nunca fue llamado así en vida. Realmente, en el Renacimiento no había más “doctor Angelico” que santo Tomás de Aquino, el teólogo dominico del siglo XIII al que pintó reiteradamente. “Su nombre de cuna era Guido, o su diminutivo, Guidolino, pero el nombre que asumió al ingresar en el convento de San Domenico, en Fiésole, fue Fra Giovanni”, afirma Strehlke.
La fecha de nacimiento de Guido di Piero se desconoce –se da por hecho en el 1395–, así como su lugar: “Las crónicas del siglo XVI sobre el convento de San Domenico, dice que cerca de Vicchio, en la región rural de Mugello, al norte de Florencia”, expone Strehlke, considerado como el gran experto en Fra Angelico y el Renacimiento florentino. Hasta 1417, cuando se le cita como “seglar dedicado a la pintura”, no aparece en ningún documento.
Fue discípulo del benedictino Lorenzo Monaco, un pintor gótico “refinado y elegante”, como lo describe Strehlke. “En junio de 1423, sin embargo, se le menciona ya como religioso”, puntualiza. La fe –y su hábito dominico– no es circunstancial en Fra Angelico. “Ya en 1550 Giorgio Vasari había escrito que Fra Angelico nunca pintó la Crucifixión sin que las lágrimas surcaran sus mejillas”, insiste el comisario.
La precisa y vívida teología que Fra Angelico exhibió en sus obras no le impide a Strehlke reconocerlo como el “innovador” que la novelista Elsa Morante, a principios de 1970, negaba. Fra Angelico se libera, por tanto, en la muestra del Prado de la religiosidad que para algunos, como Morante, le impedía ser admitido como un “renovador”. A la vez, paradójicamente, esa misma virtud teológica ocultaba la absoluta grandiosidad –y transformación– que supuso su pintura.