“La tecnología por sí sola no basta. Es el matrimonio entre la tecnología y las artes liberales, entre la ciencia y las disciplinas humanistas, el que nos da ese resultado que hace brotar un canto en el corazón”. Con estas palabras, pronunciadas por Steve Jobs poco antes de fallecer, ha resumido el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, la tesis de su ponencia durante la sesión de clausura del congreso ‘Transhumanismo. Desafíos antropológicos, éticos, jurídicos y teológicos’, celebrado en la Universidad Pontificia Comillas entre el 29 y el 31 de mayo.
Durante su intervención, el purpurado reflexionó acerca de las nuevas cuestiones que pone ante el hombre el desarrollo tecnológico. Unos avances que demuestran la “extraordinaria capacidad de la ciencia y la tecnología para, incluso, variar el genoma humano”, pero que, sin embargo, no son capaces de hacer un análisis previo “de lo que significan estos cambios y qué consecuencias sociales, filosóficas, antropológicas y teológicas pueden traer”.
“Es un panorama inquietante”, ha añadido Ravasi, “pero no hay que ser tecnofóbicos”. “Goethe, en una carta a su sobrino, acuñaba el término ‘velocífero’ para hacer referencia a los tiempos que se avecinaban, en los que no se deja madurar nada”, ha apuntado, refiriéndose al frenesí de la cultura contemporánea, “ansioso por dejar atrás los caminos tradicionales”.
Preguntas sin respuesta
Como principal antecedente científico del transhumanismo – y, por ello, uno de los grandes temas sobre los que reflexionar -, Ravasi ha señalado la genética, el descubrimiento del ADN, su flexibilidad y la posibilidad de cambiarlo. “Se nos ha presentado la posibilidad de eliminar ciertas patologías, y esto plantea un futuro con el genoma humano modificado”, ha explicado el cardenal.
Este posible futuro trae consigo, además, una serie de preguntas que aun no han encontrado respuesta: “¿Se podrán clasificar como homo sapiens sapiens los humanos que nazcan con un genoma que haya sido modificado? ¿Se tendrá que elaborar una identidad social especifica? ¿Qué consecuencias sociales habrá? ¿Generará desigualdad?”, ha ejemplificado Ravasi. Y, teológicamente: “¿Esto se debe clasificar de una manera en la que se demuestra al hombre como imagen y semejanza de Dios o, por el contrario, que ha caído en el pecado de querer ser como él?”. Pero, como ha apostillado el purpurado, “¿es posible desarrollar todas las posibilidades del hombre limitándolo a su capacidad física?”.
Superar la propia finitud
Las neurociencias son el segundo gran tema que llama a la reflexión porque van, de forma directa, al epicentro de lo que se entiende como mente y como alma. “El modelo de naturaleza más difundido hoy reduce la mente y el alma a un dato neuronal”, ha señalado el cardenal. Pero, en caso de que se pudiera influir en el vínculo fundamental entre cerebro y mente, tendríamos que saber entonces dónde colocamos la voluntad, la consecuencia, la libertad, la interpretación de las informaciones, el origen del pensamiento, del simbolismo, del arte y, en última instancia, del yo”.
Esta autoconsciencia del propio ser es la que lleva a la tercera gran incógnita: la inteligencia artificial. “Actualmente la robótica genera maquinas cada vez más autónomas y no se pueden negar sus beneficios”, ha subrayado Ravasi, pero “esto cambia el concepto de trabajo, y traerá consigo una serie de cambios sociales que hay que contemplar”. Esto es, para el cardenal, todavía “más apremiante en algunas máquinas que se han adueñado de la capacidad de usar el vocabulario y crear información”.
En definitiva, todo esto se mueve alrededor de una única cuestión, la “aspiración de superar la finitud de la criatura, porque la mortalidad produce vértigo”. Y, sin embargo, es “una inquietud estructural al ser humano”, que ha visto como “la sociedad actual o narcotiza este miedo o permanece en el viento de un falso vivir sin envejecer, como las máquinas”. De esta manera, “la muerte se ha retirado a un oasis protegido, cultivado por las religiones, en especial el cristianismo, que tiene en la muerte y resurrección de Cristo su corazón teológico”.