El Papa ha dedicado su última parada del viaje de tres días en Rumanía a uno de los colectivos más estigmatizados del continente: los gitanos. Francisco se ha reunido con familias y niños de la comunidad romaní de Blaj y pudo compartir el testimonio de un sacerdote greco-católico gitano. Según los últimos datos, en Rumanía actualmente hay más de 600.000 gitanos, que representan alrededor de un 3% de la población rumana.
En este contexto, Francisco quiso poner en valor la aportación del pueblo gitano. Pero eso sí, antes entonó un histórico “mea culpa”: “Pido perdón —en nombre de la Iglesia al Señor y a vosotros— por todo lo que a lo largo de la historia, os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada”. Es más, admitió que, “con la mirada de Caín y no con la de Abel, no fuimos capaces de reconoceros, valoraros y defenderos en vuestra singularidad”. De la misma manera, denunció tanto los prejuicios y rencores como “el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades”.
“¡Cuántas veces juzgamos de modo temerario, con palabras que hieren, con actitudes que siembran odio y crean distancias!”, añadió, admitiendo que cuando se actúa con esta mirada “no somos en el fondo cristianos, ni siquiera humanos”.
A partir de ahí, animó a la comunidad romaní a dar un vuelco a esta situación: “Vosotros como pueblo tenéis un rol principal que tomar y no debéis tener miedo a compartir y ofrecer esas notas particulares que os constituyen y que señalan vuestro caminar, y de las que tenemos tanta necesidad”.
En este sentido, quiso subrayar el aporte de los gitanos en los distintos lugares donde están presentes: “El valor de la vida y de la familia en sentido amplio —primos, tíos…—; la solidaridad, la hospitalidad, la ayuda, el apoyo y la defensa de los más débiles dentro de su comunidad; la valorización y el respeto a los ancianos; el sentido religioso de la vida, la espontaneidad y la alegría de vivir”.
Por eso, instó a la comunidad a no “privar a las sociedades donde os encontréis de estos dones”, a la vez que ser capaces de acoger lo que el mundo puede ofrecerles para “caminar juntos, allí donde estéis en la construcción de un mundo más humano, superando los miedos y sospechas, dejando caer las barreras que nos separan de los demás”. “Luchar para caminar juntos”, les encomendó el Papa.
En este sentido, también destacó cómo “en la Iglesia de Cristo hay lugar para todos”. De esta manera, el Papa correspondió así a Ioan, el cura romaní que ejerció de anfitrión. “La Iglesia es lugar de encuentro y tenemos necesidad de recordarlo no como un bello slogan, sino como parte del carnet de identidad de nuestro ser cristianos”, suscribió.
Al final su disertación, Francisco hizo un primer balance de esta trigésimo viaje apostólico: “Ahora regreso a casa enriquecido, llevando conmigo lugares y momentos, pero sobre todo rostros. Vuestros rostros colorearán mis recuerdos y poblarán mi oración”. Con un “padrenuestro, la bendición, su habitual “recen por mí” y un “hasta pronto” se despidió del pueblo rumano.