Entrevistas

Miguel Ángel Ayuso: “Descartemos los bulos sobre el islam”





El arzobispo Miguel Ángel Ayuso, nuevo presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, es un ‘rara avis’ en la Curia romana, al ser uno de los pocos jefes de un dicasterio vaticano que ha sido misionero. Pasó 20 años entre Egipto y Sudán, experiencia que le marcó profundamente y le resultó tan enriquecedora como dura. “He enterrado a mucha gente muerta de hambre. Es algo que impone un respeto”, dice este comboniano sevillano que está a punto de cumplir los 67 años, destacando que es en el contacto con la humanidad donde encontró “la divinidad de Dios”.

PREGUNTA.- ¿Qué idea tiene el papa Francisco del diálogo interreligioso?

RESPUESTA.- Pretende crear un mundo mejor y eso pasa por estos elementos esenciales que son el abc de nuestra vida como seres humanos: la fraternidad, la convivencia y la paz. Al promover la cultura del diálogo, el Papa desea que los responsables de las distintas tradiciones religiosas puedan colaborar y actuar juntos para alcanzar una estrategia común de servicio a la humanidad. Hay que saber buscar elementos que puedan servir de bálsamo para curar las heridas de la humanidad.

P.- ¿Y es el diálogo interreligioso uno de esos bálsamos?

R.- La cultura del diálogo tiene esta capacidad de hacer ver, como decía el cardenal Tauran, que las religiones no son el problema, sino parte de la solución de los problemas que vive la humanidad. Todos los componentes políticos, sociales, civiles y religiosos deben colaborar de manera armónica para favorecer la cultura del diálogo, del encuentro y de la ternura, como sostiene el Papa. Es muy necesario promover la ternura humana.

Una actitud de vida, no una negociación

P.- ¿Cómo hacer que el diálogo interreligioso ofrezca frutos concretos y no se quede en meras conversaciones?

R.- Hay que ir a la raíz. La interreligiosidad y la interculturalidad son hoy una prioridad para gobiernos, grupos religiosos, empresas… A todos los niveles se percibe. Pero el diálogo no es una negociación, tampoco el diálogo interreligioso. Si lo concibo como un ‘do ut des’, se convierte en una negociación. Bastaría con que nos sentáramos alrededor de una mesa, hiciéramos una lista de temas, resolvamos los problemas, firmemos los documentos, nos demos la mano y adiós muy buenas. El diálogo no es eso, es una actitud de vida que me pone en disposición de querer hacernos compañeros de viaje de cada ser humano en su camino hacia la verdad, como decía el Papa con motivo del 50º aniversario de la fundación de nuestro dicasterio. Hay que saber superar los miedos y afrontar nuestro acercamiento a los demás desde la propia identidad.

P.- ¿Sin una identidad propia clara se puede dialogar?

R.- Es un problema, porque puedes caer fácilmente en un relativismo o en un sincretismo sin darte cuenta. Hay que vivir completamente radicado en la propia identidad. El proceso de diálogo requiere una formación sólida en nuestra propia fe, para que nos podamos abrir objetivamente a conocer al otro sin prejuicios. Los elementos que encuentras diferentes a los propios vuelven a ti y te ayudan a descubrir lo que eres. Yo me he dado cuenta de lo que significaba ser sevillano y español al irme al extranjero. El miedo que existe hoy en día a abrirse al otro no hace más que cerrarnos a nosotros mismos y levantar muros. Debemos abrir caminos a los demás, porque no perdemos nuestra identidad, sino que la reforzaremos y descubriremos que somos diferentes, pero que nos vamos a encontrar en una única plataforma: la humanidad. (…)

P.- ¿Qué les diría a quienes cultivan un discurso islamofóbico?

R.- No hay que levantar muros, sino abrir avenidas y puentes a través de una cultura del diálogo, de un conocimiento profundo y verdadero de lo que somos, para saber juntos descartar y separar todo aquello que es fruto de la manipulación, del bulo y de otras cosas que no hacen más que dividir las comunidades. Hay que superar pesimismos para crear un mundo más humano, más fraterno. Si vemos la historia, comprobaremos que la salida más simplista de meterse en campanas de cristal para protegernos de los demás no da buenas soluciones. Los problemas están ahí, pero tenemos que proponer que se aplique la ley internacional para que los pueblos puedan vivir en paz, con seguridad y con justicia. El miedo es el mayor enemigo del diálogo y hoy hay mucho miedo. Hay mucho rechazo del otro: hay que trabajar y educar. (…)

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