Sin haber superado dudas ni temores, con las puertas cerradas, incapaces de anunciar lo que habían visto. Así seguían los discípulos cincuenta días después de que se hubiera cumplido lo anunciado. Entonces llegó Pentecostés, el Espíritu Santo, y se disiparon todos los miedos y las puertas ya no les pudieron contener. “Ahora los discípulos ya no temen incluso a los que los arrestan”. Así comenzó esta mañana, a las 10:30, en la Plaza de San Pedro, el papa Francisco su homilía con motivo de la festividad de Pentecostés.
El miedo se transforma en audacia y los discípulos “ya no tienen miedo de morir”, “ahora anuncian en público a todas las personas”, “están ansiosos por alcanzar fronteras desconocidas”, “ahora hablan con parresia a todos”… ¿Cómo fue posible todo aquello? ¿De dónde vino aquella “alegría que les devolvió la vida”? Francisco da la respuesta: “El Espíritu Santo hizo esto. El Espíritu no es, como podría parecer, una cosa abstracta. Es la persona más concreta y cercana, la que cambia nuestras vidas”, afirmó Jorge Mario Bergoglio.
Pero, ¿cómo lo hizo? Lo explicó el Papa en una mañana radiante, en la que miles de fieles le acompañaban a él y a 500 sacerdotes, 50 obispos y 25 cardenales que concelebraban con él. Porque “el Espíritu no les facilitó las cosas, no realizó milagros espectaculares, no eliminó problemas y oponentes”, Pero, eso sí, les trajo a los discípulos “una armonía que faltaba, porque Él es la armonía.”
Resucitar por dentro
Una armonía que cambió el corazón de los discípulos y que “nos resucita por dentro”. Sí, porque, según el Papa, “incluso ver al Resucitado no es suficiente si uno no lo recibe en el corazón. No es necesario saber que el Resucitado está vivo si uno no vive como un Resucitado”, señaló.
Francisco glosó a continuación que el “la paz esté con vosotros” de Jesús no consiste en que Dios les quite a los discípulos “sus tribulaciones y persecuciones, sino que reciben el Espíritu Santo”. “Esa paz dada a los apóstoles, esa paz que no está exenta de problemas, sino en problemas, se ofrece a cada uno de nosotros” y “hace que el corazón sea similar al de las profundidades del mar, que siempre está tranquilo, incluso cuando en la superficie las olas tiemblan. Es una armonía tan profunda que incluso puede transformar las persecuciones en bienaventuranzas”.
Sin embargo, Bergoglio constató que son muchas las veces que “nos quedamos en la superficie” y que, “en lugar de buscar al Espíritu, intentamos mantenernos a flote, pensando que todo será mejor si ese problema pasa, si ya no veo a esa persona, si esa situación mejora. Pero ha permanecido en la superficie: una vez que surge un problema, otro vendrá y la inquietud volverá”. “El punto de inflexión –añadió a continuación- es la paz de Jesús, es la armonía del Espíritu”.
Prisas y píldoras
“Hoy, con la prisa que nos impone el tiempo, parece que la armonía está marginada: tirados por mil partes, corremos el riesgo de estallar, provocados por un continuo nerviosismo que nos hace reaccionar mal a todo. Y se busca la solución rápida, una píldora tras otra para avanzar, una emoción tras otra para sentirse vivo”, señaló Francisco.
Sin embargo, la solución está en otro lado: “Sobre todo necesitamos al Espíritu: es Él quien pone orden en el frenesí. Él es la paz en la inquietud, la confianza en el desánimo, la alegría en la tristeza, la juventud en la vejez, el valor en el juicio. Es Él quien, entre las corrientes tormentosas de la vida, fija el ancla de la esperanza”.
“Sin el Espíritu, la vida cristiana está desgastada, privada del amor que une todo. Sin el Espíritu, Jesús sigue siendo un personaje del pasado, con el Espíritu es una persona viva hoy; sin el Espíritu, la Escritura es una letra muerta, con el Espíritu es la Palabra de vida. Un cristianismo sin el Espíritu es un moralismo sin alegría; con el espíritu es vida”, afirmó Francisco.
Cuidado con los nidos
En contradicción con la unidad a la que invita el Espíritu, respetando las diferencias, distribuyendo “cualidades y dones” pero “sin aplanar, sin homologar”, Francisco subrayó con tristeza que “hoy en el mundo, las discordias se han convertido en verdaderas divisiones: hay quienes tienen demasiado y no tienen nada, hay quienes intentan vivir cien años y quienes no pueden salir a la luz”.
Frente a ello, “necesitamos el Espíritu de unidad, que nos regenerará como Iglesia, como Pueblo de Dios y como humanidad fraterna. Siempre existe la tentación de construir ‘nidos’: reunirse en torno al propio grupo, a las preferencias propias, similares, alérgicos a cualquier contaminación”.
Y, acto seguido, advirtió que “desde el nido hasta la secta, el paso es corto”, por lo que apeló al Espíritu Santo, que “conecta lo distante, une lo distante, trae lo disperso de vuelta” y “da forma a la Iglesia y al mundo como lugares de hijos y hermanos”.
Hijos y hermanos antes que nada
Hijos y hermanos, sustantivos que repitió Bergoglio, señalando que “vienen antes de cualquier otro adjetivo”, porque, añadió, “está de moda añadir, lamentablemente también de forma insultante. Entonces nos damos cuenta de que duele, a los insultados, pero también a los que insultan”.
En esta tesitura, “haciendo mal por mal, pasando de víctimas a verdugos, uno no vive bien”, certificó el Papa. “Quien vive de acuerdo con el Espíritu, trae paz donde hay discordia, armonía donde hay conflicto. Los hombres espirituales rinden bien por mal, responden a la arrogancia con mansedumbre, malicia con bondad, ruido con silencio, charlan con la oración, derrotan con una sonrisa”.
Hacer que las cosas cambien
A continuación, el Pontífice resaltó que, para ser espirituales, “para probar la armonía del Espíritu, es necesario poner nuestra mirada por encima de la nuestra” y de esa manera, “las cosas cambian”, porque “con el Espíritu” se produce “el contagio de la alegría”. “Pero sin el Espíritu -añadió-, la Iglesia es una organización, la misión, propaganda y la comunión, un esfuerzo”.
Finalmente, Francisco pidió a Dios que nos dé “la alegría de la resurrección, la juventud perenne del corazón” y al Espíritu Santo, que nos haga “artesanos de la armonía, sembradores del bien, apóstoles de la esperanza”.