Ayer, miércoles 12 de junio, tras aprobarlo el Papa, la Congregación para las Causas de los Santos anunció su reconocimiento del “martirio” de la religiosa María Colón Gullón Yturriaga y de dos compañeras laicas, asesinadas “por odio a la fe” en Pola de Somiedo (España) el 28 de octubre de 1936, en el contexto de la Guerra Civil.
Significativamente, en el mismo decreto también se reconocen “las virtudes heroicas” del sacerdote estadounidense Augustine Tolton (1854-1897). La noticia ha tenido mucho eco en su país, pues estamos ante el primer presbítero negro ordenado en Estados Unidos.
Y eso que no lo tuvo en absoluto fácil… Hijo de esclavos, durante la Guerra de Secesión (1861-1865), toda la familia aprovechó la caótica coyuntura para instalarse en Quincy, en Illinois, trabajando en una fábrica de tabaco. Entonces, un encuentro lo cambió todo… A través de su madre, católica, el joven Augustine conoció a un sacerdote irlandés, Peter McGirr, que le acogió en la escuela de su parroquia. Algo que despertó las protestas de muchos padres, que no entendían que un chico negro estudiara con sus hijos blancos.
Junto al padre McGirr, además de recibir una formación que sería clave en su vida, Augustine descubrió su vocación religiosa. Su protector le acompañó a numerosos seminarios, pero en todos ellos fue rechazado por su raza. Aunque ellos no se rindieron… Finalmente, gracias a la ayuda de McGirr, el joven pudo coger un barco y viajar hasta Roma, donde consiguió ser ordenado sacerdote en 1886, en la vigilia pascual celebrada en la basílica de San Juan de Letrán.
Una vez consagrado, regresó a Estados Unidos. Concretamente, a su hogar, Quincy. Aunque allí se volvió a topar con el mismo muro: el desprecio de los sacerdotes y fieles católicos blancos, que no aceptaban que predicara en sus templos.
Hastiado de esta situación, a los tres años se trasladó a la Diócesis de Chicago, donde acometió la construcción de la parroquia de Santa Mónica, que concibió como una comunidad cristiana negra a nivel nacional. Pese a su sueño, el templo no llegó a completarse y a él le sobrevino una muerte prematura el 9 de julio de 1897, víctima de un síncope en plena ola de calor.
Aunque fue enterrado en Quincy, como él solicitó, la Diócesis de Chicago es la que siempre ha reivindicado su fuerte legado y la que está promoviendo su causa de beatificación. Reconocido ya como “siervo de Dios”, la llegada de un milagro sería la que propiciaría su subida a los altares.
Del magisterio del padre Tolton se recuerda su enorme capacidad a la hora de predicar, su capacidad para no rendirse ante las resistencias internas y su fuerte relación de amistad con la religiosa estadounidense Katherine Drexel (1858-1955), de quien sería su confesor y que acabaría siendo reconocida como santa.