“La evolución de la exclusión en España nos muestra que la mezcla de baja calidad en el empleo y costes de la vivienda se convierten en una combinación característica de nuestro país y definen las dos principales dimensiones, cuantitativamente hablando, por las que los hogares y las personas llegan a la exclusión”. Lo pone negro sobre blanco el VI Informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España. Y lo ha vivido Pilar…
Buscar un alquiler se convirtió en lo más difícil. Tanto, que acabaron viviendo en un taller, al calor de un camping gas. La historia la firma el matrimonio de Pilar y José Manuel, con los papeles también protagonistas de sus dos hijos: Abraham (22 años) y María (15 años). Desde Valencia, esta militante de la HOAC relata su curriculum vitae entre broma y broma, porque así encara ella la vida. Estudió Empresariales y trabaja de cocinera. Su marido, con un taller de fallas, echó el cierre en la crisis. Solo trabajaba ella y la falta de dinero les llevó a dejar de pagar la hipoteca.
Malvendiendo su casa –por menos de lo que la compraron–, saldaron su deuda con el banco. Sin ahorros, alquilar una vivienda con una nómina de 600 euros fue imposible. Acabaron en el taller que su marido alquilaba por una pequeña cantidad. Allí se instalaron durante siete meses, después de una noche en vela pensando a dónde ir. El matrimonio se refugió en el coche; los hijos, cada uno en casa de un amigo. “Sé que he pisado el umbral de la pobreza, pero al menos hemos tenido un techo. Pobres, sí, pero no con pena, y tampoco lo hemos vivido con vergüenza. Nos sabemos dignos y la dignidad nos da fuerza”, indica.
En medio de esta situación, su necesidad de reivindicar un trabajo digno para ella y todas sus compañeras supuso el fin de su empleo. Y por decisión propia. “Cobrábamos 600 euros por media jornada. Por supuesto, pasábamos allí de 12 a 14 horas y con solo una mañana libre a la semana”, relata. Con estas condiciones, exigió a su jefe un contrato a jornada completa para todas. Pero solo accedió a mejorarle las condiciones a ella. Como “cualquier cristiano hubiera hecho”, cogió su montante y no volvió. “Total, no podía estar peor”, dice antes de echar una carcajada. Poco a poco, trabajando en restaurantes los fines de semana, sacaba algo de dinero para comida.
Pilar irradia alegría. “Somos cristianos, no somos pesimistas”, recalca. Solo rebaja su tono alegre al hablar de la situación de su hijo. El mal momento familiar le pilló estudiando Filología. Al tener que ponerse a trabajar reparando aires acondicionados, bajó las notas y tuvo que renunciar a la beca, y, consecuentemente, a su vida universitaria. Pese a todo, el próximo curso, gracias a la ayuda de algunos “amigos-mecenas”, volverá a la facultad.
“Dios está con nosotros siempre y esto no lo vivimos como una prueba; simplemente, Él ha querido que aprendamos a vivir en la pobreza”, mantiene Pilar. Hoy, un compañero de la HOAC les ha alquilado un piso a un precio muy ajustado. Pilar cobra 950 euros, pues le han contratado para hacer una sustitución en la cocina de una residencia. 40 horas a la semana con dos días libres. Bienvenida la dignidad. Ahora tocan meses de respirar. Y es que Dios no ahoga…