La figura de Plácido Domingo lo llena todo. Da lo mismo que sea un teatro de cualquier punto del globo para meterse en la piel del verdiano Simon Boccanegra o transmutarse en un despiadado Otello que cena en un restaurante con su familia. Él es mucho más que un cantante. Rebosa la palabra por cada una de sus letras. ¿Artista? Se queda corto el término. Imaginen, entonces, lo que fue su presencia en la catedral de la Almudena, templo que llenó con su voz e hizo aún más cálido la tarde del 7 de junio. Tenor que alterna con voz de barítono, nada podía hacerle más ilusión que cantar para el pueblo de Madrid en un recinto como este templo y para rendir un homenaje a “nuestra Santísima Madre”.
Era la manera de poner un broche final único al Año Jubilar Mariano, concedido por el Papa con motivo del 25º aniversario de la consagración de la catedral de la Almudena. Así, el cardenal Carlos Osoro “soñaba que debíamos acabarlo haciendo un gran homenaje a nuestra Santísima Madre”. Nadie mejor para ese sueño que hacerlo posible en la voz del inmenso tenor, de quien el cardenal admira “su arte, pero también su cercanía, bondad y sencillez”. Domingo fue incapaz de decir que no a una cita como esta, a pesar de que su salud no estaba del todo bien. En esta época, los catarros y las gripes pasan de mano en mano.
El esfuerzo del artista fue doble, pues un día antes no pudo acabar su debut en la Ópera de Dresde al encontrarse mal tras el segundo acto de Nabucco. Aunque parezca imposible, Plácido, que no necesita de apellidos, fue incapaz de terminar la función. No obstante, sacó fuerzas para llegar a Madrid y dar lo mejor de sí en este recital. ‘If I rest, I rust’, es una de sus frases emblemáticas: “Si descanso me oxido”. Y una vez más la puso en práctica.
No quedaba una sola entrada y desde cada banco los oídos se multiplicaban, afinaban y afanaban para no dejar escapar una sola nota. 900 personas se congregaron en el interior, pero afuera le esperaban 4.500 que pudieron seguirlo gracias a la señal emitida por Telemadrid. Hora y cuarto durante la cual se sucedieron bellísimas arias de ópera. Rossini y Puccini tras los ‘Ave María’ de Mascagni y Schubert, dos joyas, y la ‘Plegaria de los tres amores’, de Fermín M. Álvarez.
No estaba el artista solo, sino que cantó acompañado de varias de las voces femeninas de la lírica con mayor proyección, como Raquel Lojendio, Belén Elvira y Estíbaliz Marín, a quienes acompañó la Orquesta Filarmonía de Madrid, dirigida por Jordi Benácer, y que contó con la intervención de la escolanía de Santa María La Blanca. Una imagen para el recuerdo, la del artista frente al atril, y con una bellísima talla de Cristo crucificado detrás. Lucía el templo lleno de luz y adornado de flores.