Durante su intervención en el II Seminario Internacional sobre Sequía y Agricultura, el observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, Fernando Chica, ha subrayado la necesidad de que la tecnología “debe ponerse realmente al servicio de las necesidades primarias del hombre” en la prevención y la lucha contra la sequía.
Y es que esta problemática “tiene importantes consecuencias para el desarrollo agrícola y la productividad”, por lo que también “representa una grave amenaza para la seguridad alimentaria, convirtiéndose así en una causa de migración y éxodo humano a nivel mundial”.
“Los efectos de la sequía”, ha continuado Chica, “no pueden ser silenciados, ya que repercuten en crisis alimentarias y hambrunas que por desgracia producen numerosas víctimas entre las personas más vulnerables de diferentes partes del mundo”. Sin embargo, esto “no algo es de ahora”, sino que “lamentablemente es un lacerante fenómeno que perdura desde hace demasiado tiempo” y contra el que hay que tomar “medidas preventivas”.
Para Chica, las consecuencias de las sequías “no son novedosas”, como tampoco lo es “el sufrimiento que la falta de agua y su deficiente y desigual distribución está acarreando a numerosas personas” y que, aunque “no ocupan las portadas de los grandes medios de comunicación”, ven truncada “su vida presente y futura como fruto de una indiferencia e insensibilidad que parece acentuarse cada día”.
Como ejemplo, Chica ha señalado tecnologías como la que ha desarrollado el portal de libre acceso de productividad del agua (WaPOR), elaborado por la FAO, que “puede ayudar a predecir las olas de sequía y permitir que las poblaciones locales se preparen para enfrentar y superar las crisis”.
“Junto con las medidas preventivas, conviene citar que hay también buenas experiencias de seguros agrarios, desarrollados y apoyados por los gobiernos en colaboración con iniciativas privadas, que proporcionan coberturas de sequía a los productores o permiten a los gobiernos enfrentar adecuadamente la eventualidad de hacer grandes desembolsos para auxiliar a las personas que sufren sequías extremas”, ha remarcado.
“Hay otro factor que influye mucho tanto en la feracidad de los cultivos como en la capacidad de las personas y los países para reaccionar ante cambios profundos”, ha dicho el observador de la Santa Sede, refiriéndose a la “resiliencia”. “Quisiera insistir en la creación de una agricultura resiliente, que es capaz de hacer frente al cambio climático y a la escasez de agua”, ha aseverado.
En este sentido, ha señalado que es importante dedicar recursos financieros para descubrir e implantar “prácticas y técnicas dirigidas a una gestión más eficiente del agua y del suelo”, así como instalaciones que protejan los cultivos de fenómenos atmosféricos dañinos “como las heladas y el granizo”.
Sin embargo, Chica ha hecho hincapié en que estas iniciativas “no pueden ni deben” convertir la agricultura resiliente en una estrategia “para facilitar el reemplazo de cultivos y variedades locales con otras creadas en laboratorio y que terminen lesionando la biodiversidad”.
Por otro lado, Chica ha atribuido también el concepto de resiliencia a las personas, aludiendo a la capacidad de las poblaciones “para no sucumbir ante los espinosos desafíos de nuestro tiempo y encontrar soluciones que limiten y mitiguen los efectos perturbadores del cambio climático”.
Asimismo, “como sucede cuando una persona se enferma, el espíritu resiliente gime, pero también aguarda, se prepara, acepta la dificultad y la enfrenta, sabiendo que no está solo”. En definitiva, con estas medidas se trata de “devolver la esperanza a la familia humana y al planeta en el que vivimos”.