Coincidiendo con el Corpus Christi y con la tradicional Campaña del Día de la Caridad en esta jornada, Cáritas Madrid ha presentado este jueves 20 de junio en su sede los datos de su memoria institucional correspondiente a 2018, en el que, en buena parte gracias a la entrega de sus 8.800 voluntarios, atendieron en sus 460 Cáritas parroquiales a 119.278 personas.
En el encuentro con los medios, el director diocesano de Cáritas Madrid, Luis Hernández Vozmediano, ha dado a conocer los cuatro nuevo proyectos que impulsaron el pasado año. Uno de ellos es el Proyecto de Menores Extranjeros No Acompañados (MENA), que surgió el pasado verano, “cuando la Comunidad de Madrid contactó con nosotros ante la situación de emergencia, estando desbordados los sistemas públicos. Y es que, en 2018 en toda España, la llegada de los MENA se incrementó en un 74%”.
Sin alternativas al cumplir los 18
Entonces, la entidad eclesial puso en marcha dos pisos para 12 menores de entre 15 y 17 años, habiendo pasado ya por ellos hasta 19 chicos, siendo los pilares de su atención “la formación, el aprendizaje del idioma, el ocio y la capacitación laboral, todo con la idea de ayudarles en su proceso de autonomía y que se puedan valer por sí mismos”. Y es que la realidad a la que muchas veces se encuentran estos jóvenes es que, en cuanto alcanzan la mayoría de edad y están en un centro de menores público, la Administración simplemente los deja en la calle y estos quedan sin ningún tipo de alternativas.
Para visibilizar esta realidad, acompañando a Hernández Vozmediano, ha estado Oussama Bouzio, marroquí de 18 años y uno de los 19 MENA que han pasado por los pisos para jóvenes migrantes y que, gracias al apoyo de Cáritas Madrid, hoy vive junto a otro compañero marroquí en un piso que la asociación ofrece para personas en situación de riesgo, pudiendo estudiar y con su situación estabilizada.
Allí no tenía futuro
Y eso que, hasta llegar aquí, no lo tuvo fácil: “Cuando tenía 15 años y terminé en el colegio, sabía que mi futuro no podía estar en Marruecos. Allí no tenía futuro y necesitaba ayudar a mis padres. Mi padre trabajaba durante todo el día por 10 euros…”. Junto a otro amigo, durante año y medio, cada noche se acercaban al puerto para tratar de meterse en los bajos de algún camión que fuera a la Península. La alta presencia policial los disuadía.
Entonces, tuvo que pensar en otra alternativa: “Un viaje en patera costaba 1.200 euros. Trabajé durante un año y ahorré 1.000. Necesitaba 200 más. Mi madre no me los quería dar para esto, así que la tuve que engañar, diciéndole que los necesitaba para comprarme ropa, para lograrlos”. Una vez que lo consiguió, el siguiente paso fueron 10 interminables horas en una patera junto a 45 personas, incluido su amigo: “El mar estaba agitado y pensé que íbamos a morir”.
Corrieron hacia la montaña
Cuando llegaron a Algeciras, corrieron y corrieron hasta refugiarse en la montaña. En chanclas, bañador y camiseta, durmieron allí al raso. Al día siguiente, fueron a la estación de autobuses y, como no tenían dinero, tuvieron que pedírselo a los pasajeros. Pudieron coger un bus que los llevó directos a Madrid. Allí, pasaron tres día en la calle, alimentándose con lo que podían comer a escondidas en un centro comercial. “Dormíamos en la calle y siempre nos identificábamos a la policía como menores para que nos llevaran a un centro, pero no nos hicieron caso ninguna vez”.
Tuvo que ser a través de una abogada, conocida de un joven marroquí al que conocieron, cuando al fin los llevaron al Centro de Menores de Hortaleza, donde estuvo cinco meses: “Pero aquello era peor que una cárcel, pues la mayoría de los chicos consumían drogas. La mayor parte del tiempo estaba en un parque cerca del centro, tratando de ir a este solo a comer y a dormir”. Por si fuera poco, la burocracia tampoco le ayudó: “Se retrasaba la prueba de las huellas para demostrar que era menor, el consulado de Marruecos no mandaba mi información…”. Hasta que al fin pudo hacerse su DNI marroquí, donde se constataba que tenía 17 años.
Pasar de cero a diez
Gracias a esto, la Administración le derivó a Cáritas Madrid… Y su vida cambió por completo: “Pasé de cero a diez. Allí comía y dormía bien, me ayudaron a conseguir un abono transporte, un pasaporte y un permiso de residencia, ¡y hasta me dieron unas gafas! Pero lo mejor eran los trabajadores y voluntarios, que me trataban con mucho cariño y eran como mi familia”.
En un ámbito de protección y confianza, ha podido aprender español y se está formando de cara a su futuro próximo, en Cocina, soñando “con ser un chef dentro de cinco años”. Tras aprovechar todas las posibilidades ofrecidas por la entidad eclesial, en cuanto han cumplido los 18 años, han dado un paso más allá en su crecimiento, en otro piso que Cáritas Madrid ofrece para personas en riesgo de exclusión social. Junto a su compañero Mohamed, que también acaba de cumplir 18 años, se reparten las tareas del hogar, cumplen con unas reglas básicas y, acompañados por los voluntarios de Cáritas, se encargan ellos mismos de muchos trámites médicos y burocráticos para consolidar su situación.
En definitiva, como concluyen los responsables de Cáritas, la idea es que todos los menores que pasen por su hogar tomen conciencia de la oportunidad de fomentar sus potencialidades en un marco de seguridad y cariño y, con el impulso necesario, tomen ellos mismos las riendas de su vida. Sin duda, Oussama es un perfecto ejemplo de que no hablamos de utopías.
Marco de seguridad para mujeres
Otro de los proyectos que ha impulsado Cáritas Madrid en 2018 ha sido el Centro de Información y Acogida CEDIA Mujer, para mujeres sin hogar, teniendo 20 plazas de capacidad y ofreciendo a estas un lugar para cenar, dormir, desayunar y asearse…, además, por supuesto, de un sitio en el que ser escuchadas y sentirse protegidas.
De ello ha dado testimonio la mexicana Maite Siliceo, hija adoptiva de un matrimonio español que emigró a su país. En su infancia y juventud tuvo una existencia cómoda y feliz, con buenos trabajos y una rutina desahogada. Pero todo cambió cuando vinieron a vivir a Sevilla. Sus padres murieron y ella tuvo muy mala suerte con los distintos trabajos en los que estuvo, siempre muy por debajo de su formación. De la noche a la mañana, acabó en Madrid, viviendo en la calle con personas que ejercían la prostitución o víctimas del alcohol y la droga.
Su alma son los voluntarios
Tras una deficiente respuesta por parte de los Servicios Sociales, llegó al CEDIA, y allí todo cambió: “Era un lugar sencillo, limpio, acogedor. Pero su alma son sus voluntarios, que te tratan con una gran humanidad y cariño, escuchándote las 24 horas del día si hace falta. Ellos nunca te dejan tirado, viven su acción como una vocación”.
Desde hace una semana, también ayudada por Cáritas, vive sola en un piso y trabaja: “No se si definirlo como un milagro… Lo que es cierto es que Dios existe y, gracias a Dios, Cáritas existe”.
Otros dos proyectos
Los otros dos proyectos implementados en 2018 han sido una Agencia de Colocación para personas sin empleo y una empresa de inserción laboral que, además, funciona como una tienda en la que se vende ropa de segunda mano. Allí trabajan personas ayudadas por Cáritas y, a cambio de unos bonos gratuitos sufragados por parroquias, también pueden conseguir prendas otros atendidos por la entidad eclesial.