En una ceremonia celebrada en la madrileña catedral de La Almudena, presidida por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Becciu, en la mañana de este sábado 22 de junio han sido beatificadas 14 religiosas concepcionistas franciscanas que fueron asesinadas en 1936, en los primeros meses de la Guerra Civil, por lo que son consideradas como mártires.
En su homilía, Becciu ha destacado que las 14 religiosas “fueron asesinadas durante la persecución religiosa que pretendía eliminar a la Iglesia en España. Ellas se mantuvieron fuertes en la fe. No se asustaron ante los ultrajes, las dificultades y la persecución”. Así, no dudaron al “dar su vida por la fe, como prueba suprema de amor”. Frente a ellos, los milicianos que las asesinaron se movieron “por el odio a la Iglesia católica”, dentro de una acción de “persecución general y sistemática contra la Iglesia”.
El purpurado ha reivindicado el modelo de las mártires, válido para todos los cristianos y, en especial, para las religiosas de clausura, llamadas “a gustar y ver qué bueno es el Señor”, dando “testimonio de lo cautivador que es el amor de Dios”.
Para Becciu, “la integridad espiritual y moral de estas mujeres” ha llegado hasta nosotros a través de los testimonios de quienes las conocieron, impresionando especialmente “los relacionados con su martirio”. Y es que, si a algunas las asesinaron al grito de “mueran las monjas”, ellas respondieron con un “viva Cristo Rey”. Igualmente, a las que los milicianos les preguntaron: “¿Sois monjas?”, ellas no dudaron en responder: “Sí, por la gracia de Dios”, lo que equivalía a su “segura sentencia de muerte”. Por último está el caso de las dos de Escalona, que, por ser las dos más mayores de su comunidad, para evitar que no consolaran al resto, “fueron separadas del grupo para ser torturadas y fusiladas en un callejón”.
Pese a tan dramáticas circunstancias, la respuesta de todas ellas fue “la caridad”, “dirigiéndose al sacrificio glorificando a Dios y perdonando a sus verdugos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que dijo en la cruz: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’”. “Sus muertes heroicas son muestra elocuente de cómo la vitalidad de la Iglesia no depende de proyectos o cálculos humanos, sino que brota de la total adhesión a Cristo y a su mensaje de salvación”.
“La fuerza de la fe, de la esperanza y del amor -ha reclamado el cardenal- ha demostrado ser más fuerte que la violencia. Ha sido vencida la crueldad de los pelotones de fusilamiento y de todo sistema de odio organizado”.
“No podemos dudar de la fertilidad de esta simiente -ha concluido Becciu-, aunque parecen crecer, bajo diversas formas, las fuerzas que intentan erradicar de las conciencias y del tejido social los valores cristianos. Ante las actitudes de cerrazón hacia las personas más necesitadas, ante el indiferentismo religioso, el relativismo moral, la arrogancia de los más fuetes frente a los más débiles, ante los ataques a la familia y a la sacralidad de la vida humana, no podemos olvidar la fuerza del Evangelio”.
Junto al cardenal Becciu, entre otros, han concelebrado en la misa el cardenal de Madrid, Carlos Osoro; el franciscano José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; el cardenal de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez; el cardenal emérito de Sevilla, el franciscano Carlos Amigo; Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo, donde está la casa madre de la Orden de la Inmaculada Concepción; o el nuncio papal, Renzo Fratini, que ha vivido hoy su último acto en el cargo, como ha reconocido públicamente Becciu en su saludo a este.
El templo madrileño estaba abarrotado, destacando la presencia de 200 monjas concepcionistas franciscanas de todo el mundo. Con esta gran fiesta de la fe se ha culminado (a expensas de una hipotética canonización) un camino que se inició en 2002, cuando se impulsó la causa diocesana. Clausurada en febrero de 2010, el 15 de enero de este año, el papa Francisco firmó el decreto de martirio de las 14 religiosas, encabezadas por María del Carmen Lacaba.
De las 14 religiosas martirizadas, diez de ellas pertenecían a la comunidad madrileña del monasterio de San José; dos a la comunidad de Escalona (Toledo) y las otras dos a la de El Pardo (Madrid). Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, las monjas del monasterio de San José fueron expulsadas del mismo, refugiándose muchas de las hermanas en un piso de la madrileña calle Francisco Silvela, 19. El 7 de noviembre de ese año, tras ser delatadas por una vecina, un grupo de milicianos se las llevó a todas y las subieron a un camión, perdiéndose entonces su rastro.
De la comunidad de Escalona, tras ser torturadas en una checa, fueron fusiladas dos. El mismo destino corrieron en agosto las monjas de El Pardo, siendo también ejecutadas en un descampado en Vicálvaro.