El Nobel de Literatura sudafricano John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) sorprendió cuando en 2013 anunció una trilogía sobre Jesús. Aquel año publicó el primer volumen, ‘La infancia de Jesús’ (Random House Mondadori). Pero los críticos –y los lectores– acogieron esa novela con un evidente malestar. Jesús no aparecía más que en el título. Y aunque el protagonista, un niño de cinco años, al que llaman David, podría tener paralelismos con el Jesús histórico, en absoluto lo parecía la trama: una distopía sobre una tierra prometida a la que todos llegan en barco, como si fueran migrantes, y en cuya travesía olvidan quiénes eran para comenzar de nuevo en un continente desconocido donde solo se habla en español.
“En un mundo ideal me hubiera gustado publicar este trabajo sin título, solo con una página en blanco, para que el lector llegara a la conclusión de que se trataba de la infancia de Jesús, pero en este, es imposible publicar un libro sin título. Siempre he creído que si un libro no puede hablar por sí mismo es un fracaso. Este no trata del Jesús histórico ni tampoco tiene una base histórica”, dijo el autor en 2018, la única vez que vino a España de gira promocional. David, su protagonista, perdido, es acogido bajo la tutela y protección de Simón, y este encuentra a Inés, “virgen” en la que cree ver a la madre del pequeño. En ninguna novela de Coetzee, los nombres son solo nombres, sino que explican muchas cosas.
Guiños al Nuevo Testamento
Pero lo cierto es que en ‘La infancia de Jesús’ –y su continuación, aparecida en 2017, ‘Los días de Jesús en la escuela’– emerge como un tono evangélico en el que se cruzan parábolas sobre la trascendencia, el compromiso, la virtud, la gracia, el sexo, la humanidad y, entre otros sentidos, la palabra y el misterio. “¿Si me considero un escritor cristiano? Aunque me eduqué en una escuela católica, no vengo de una familia religiosa. Tampoco he ido a la iglesia, pero siempre me ha emocionado la vida, la muerte y el autosacrificio de Jesús por nosotros. Cuando era joven me impactó profundamente ‘El Evangelio según San Mateo’ de Pasolini. Me interesa lo que Jesús tiene que decir”.
En la tercera –y última– entrega, recién publicada, ‘La muerte de Jesús’, esa es precisamente la definición del Jesús de Coetzee, aunque se denomine David: salvaje, intenso y a la vez frágil. Tanto que el niño, ya con diez años, fallece, dejando incluso irresoluta aquella promesa del segundo libro: “Simón no es mi padre de verdad y yo en realidad no me llamo David. ¿Quieres saber cómo me llamo?”. No, Coetzee en su constante experimentación literaria, no responde. Pero sí hay en ese David de raíz evangélica –realmente los tres libros están llenos de guiños al Nuevo Testamento– y en sus incontables alegorías una voluntad de volver al origen, al basamento de la civilización contemporánea, a un cristianismo fundacional.
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