“Te confío una tarea delicada”. Es el envío del Papa al nuevo obispo auxiliar de Santiago de Chile. Francisco es consciente del campo de batalla que es todavía hoy tanto la sociedad como la Iglesia chilena, conmocionada por los escándalos de abusos eclesiásticos. Aunque Alberto Lorenzelli no parece amedrentarse. Nunca imaginó ni planeó tener una mitra, pero sus seis años de provincial salesiano en Chile le pusieron en el punto de mira de Jorge Mario Bergoglio.
PREGUNTA.- No sé si aceptar ser obispo hoy en Chile es un acto heroico, martirial o una locura…
RESPUESTA.- El mismo Papa me reconoció que podría parecer un inconsciente, pero me pidió este servicio especialmente emocionado: “Te lo pido por el bien de la Iglesia”. Acepté con espíritu de obediencia, porque los salesianos tenemos como norma constitucional que nuestro primer superior es el Papa. Pero, sobre todo, lo hice con espíritu de fe. Es difícil dar este paso al frente, pero el Señor dará la capacidad de discernimiento, de saber leer la realidad y poder hacer el bien. Ni el administrador apostólico ni yo somos los mesías ni podremos resolver todos los problemas, pero al menos trabajaremos para ofrecer a la diócesis ese poquito de experiencia que uno tiene.
P.- ¿Cuál es la mayor lección que aprendió como inspector salesiano en Chile?
R.- Viví una conversión profunda en el corazón para ponerme en el lugar de las víctimas. Al encontrarme con las víctimas y sus familiares, descubrí una gran herida, y eso no se puede ignorar y esconder. Hoy no podemos dejar a las víctimas aparte, nos tocan de lleno. Me pregunto constantemente, si yo hubiera sido el papá de alguno de estos jóvenes, cómo habría reaccionado. Sobre todo, cuando acompañé a dos familiares cuyos hijos no están porque se suicidaron. Sigo admirando su dignidad teniendo en cuenta el dolor que han tenido y tienen. Yo no habría actuado de la misma manera. He visto a gente de gran fe.
P.- La sociedad chilena ha dejado de creer en la Iglesia. ¿Cómo revertir esto?
R.- Tenemos que generar confianza. Primero, confianza en nosotros. Nosotros mismos tenemos que ser más creyentes para ser más auténticos. Solo a partir de ahí podremos ser más creíbles. Nos va a costar años. Bastan un par de minutos para perder la confianza; recuperarla exige años. Es normal que nos digan: “Hemos visto en ustedes todo el mal. Demuéstrenme ahora el bien”. Todos juntos tenemos que ir dando este testimonio para recobrar la confianza, retomar el alma religiosa de Chile y el amor por esa Iglesia que estuvo en los momentos más difíciles. Mi gran preocupación son los jóvenes, porque son los más decepcionados.
P.- Entre el propio Episcopado la situación también es de decepción, desafección hacia Roma, sensación de sospecha…
R.- En primer lugar, tenemos que admitir que las víctimas siempre se han quejado de no haber sido escuchados por la jerarquía. Ahí tenemos que ponernos todos juntos y saber pedir perdón. Por otro lado, tenemos que generar un nuevo estilo de Iglesia, otro modo de estar en medio de la gente para que perciban que tú como obispo estás a su servicio, que acoges su dolor.