“¡Son personas, no se trata solo de cuestiones sociales o migratorias! No se trata solo de migrantes, en el doble sentido de que los migrantes son antes que nada seres humanos, y que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada”. De esta manera ha defendido el papa Francisco a los migrantes en la misa que ha presidido esta mañana en la basílica de San Pedro ante 250 migrantes con motivo del sexto aniversario de su visita a Lampedusa.
Francisco ha recordado que “Jesús revela a sus discípulos la necesidad de una opción preferencial por los últimos, que han de ser puestos en el primer lugar en el ejercicio de la caridad”. Por eso, en esta efeméride recuerda a “los últimos que todos los días claman al Señor, pidiendo ser liberados de los males que los afligen. Son los últimos engañados y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas de un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser llamada temporal. Son solo algunos de los últimos que Jesús nos pide que amemos y ayudemos a levantarse”.
Siguiendo su alocución, el Papa ha señalado que, “desafortunadamente, las periferias existenciales de nuestras ciudades están densamente pobladas por personas descartadas, marginadas, oprimidas, discriminadas, abusadas, explotadas, abandonadas, pobres y sufrientes. En el espíritu de las Bienaventuranzas estamos llamados a consolarlas en sus aflicciones y a ofrecerles misericordia; a saciar su hambre y sed de justicia; a que sientan la paternidad premurosa de Dios; a mostrarles el camino al Reino de los Cielos”.
Jorge Mario Bergoglio ha centrado su homilía en el viaje de Jocob desde Berseba a Jarán. “Jacob decide detenerse y descansar en un lugar solitario. Tuvo un sueño en el que vio una escalera apoyada en la tierra y cuya cima tocaba el cielo (cf. Gn 28,10-22). La escalera, por la que los ángeles de Dios subían y bajaban, representa la unión entre lo divino y lo humano, que se cumplió históricamente en la encarnación de Cristo (cf. Jn1,51), una ofrenda amorosa de revelación y salvación por parte del Padre”, ha recordado.
Por ello, “aparece como algo natural el retomar la imagen de la escalera de Jacob. En Jesucristo, la conexión entre la tierra y el cielo es segura y accesible para todos. Pero subir los escalones de esta escalera requiere compromiso, esfuerzo y gracia. Hay que ayudar a los más débiles y vulnerables. Me gusta pensar, entonces, que podríamos ser nosotros aquellos ángeles que suben y bajan, tomando bajo el brazo a los pequeños, los cojos, los enfermos, los excluidos: los últimos, que de otra manera se quedarían atrás y verían solo las miserias de la tierra, sin descubrir ya desde este momento algún resplandor del cielo”, ha explicado.
Y, para concluir, ha resaltado que ayudarles es “una gran responsabilidad, de la que nadie puede estar exento si queremos llevar a cabo la misión de salvación y liberación a la que el mismo Señor nos ha llamado a colaborar”.