La Tirana es un pequeño poblado que no pasa de mil habitantes durante el año. Ubicado en medio del desierto más árido del mundo, a 80 kilómetros de Iquique, en la comuna de Pozo Almonte, durante la semana de la fiesta a la Virgen ha recibido este año unas 250 mil personas, 213 bailes religiosos y más de 6 mil bailarines que realizan sus danzas rituales durante horas, incluso toda la noche.
En su visita a Chile, en enero del 2018, el Papa Francisco coronó la imagen de la Virgen, en Iquique, y reconoció el valor de esta fiesta. Pocos meses después, en el documento de trabajo para los obispos chilenos llamados a Roma, les dice que “la piedad popular es una de las riquezas más grandes que el pueblo de Dios ha sabido cultivar. Con sus fiestas patronales, con sus bailes religiosos –que se prolongan hasta por semanas- con su música y vestidos logran convertir a tantas zonas en santuarios de piedad popular”.
Eso es lo que está ocurriendo en La Tirana en estos días. Desde el domingo 7 hasta el domingo 21 el pueblo vive su fiesta a ‘la Chinita’, como llaman a la Virgen. El jueves 11 el obispo Guillermo Vera presidió la eucaristía y pidió al pueblo la autorización para iniciar la celebración que llega a su clímax el día 16 cuando todos los bailes se presentan ante la imagen desde la medianoche, siendo el más destacado ‘la diablada’ que se inspira en bailes altiplánicos. Esto se inicia a las cero horas con una explosión de fuegos artificiales que marcan el inicio de la solemnidad.
Otro momento especial, pocos días antes, es la celebración del mundo andino con un rito que mezcla elementos aymaras en la liturgia católica en una “Pargua”, cuando un hombre y una mujer representantes originarios esparcen sobre un ‘aguayo’ extendido, hojas de coca y licor para luego incensarlos como acción de gracia a la Pacha Mama (la Madre Tierra) junto a la presentación de las ofrendas.
A esta fiesta acuden devotos de todo el norte de Chile, de muchas regiones más al sur y peruanos y bolivianos de los pueblos andinos. Los bailarines se preparan durante todo el año en sus diferentes cofradías para presentarse ante la Chinita. Ellos continúan una tradición que ya tiene algunos siglos, aunque este formato de la fiesta apenas pasa los 100 años.
La conversión de la Ñusta
Cuenta la leyenda que Diego de Almagro, el primer conquistador español que en el otoño de 1548 entra al actual territorio chileno, traía cautivos a un príncipe inca y un sacerdote, Huillac Huma, acompañado de su bella hija, de 23 años, llamada Ñusta Huillac. Un grupo rebelde de indígenas huyen con la Ñusta y se refugian en la protección del bosque de la Pampa del Tamarugal. Durante 4 años la Ñusta, ahora jefa militar de su pueblo, domina el territorio generando temor en los pueblos vecinos que la llaman “La tirana del Tamarugal”.
Un día traen entre los prisioneros a un militar portugués, Vasco de Almeida, de quien se enamora la Ñusta. Con su poder de jefa y sacerdotisa le libera de la muerte inmediata y viven por algunas semanas un apasionado romance que es descubierto y son condenados a muerte. Ante esto, la Ñusta se bautiza para seguir viviendo ese amor durante la eternidad.
Algunos años más tarde el fraile Antonio Rendón encontró una cruz en esa zona, se enteró de esta leyenda y como homenaje a esos jóvenes construyó allí una ermita dedicada a Nuestra Señora del Carmen de La Tirana, iniciando así la devoción popular que llega hasta hoy. En su primera etapa es una celebración andina a la Pachamama que realizaban trabajadores bolivianos en las minas de esa zona quienes acudían a esa ermita a orar, cantar y bailar. En el siglo XIX, con el auge de la explotación del salitre, la fiesta se empieza a celebrar el 16 de julio. Después de la guerra del Pacífico, este territorio pasó a Chile con lo que la fiesta en La Tirana, el día de la Virgen del Carmen, se oficializó. Además, se recaudó dinero para construir el primer templo inaugurado el 16 de julio de 1886.
En mayo del 2018, el Papa Francisco escribe su “Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile” donde dice que “aprender de la piedad popular es aprender a entablar un nuevo tipo de relación, de escucha y de espiritualidad que exige mucho respeto y no se presta a lecturas rápidas y simplistas, pues la piedad popular «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y los sencillos pueden conocer»”.
Esas palabras de Francisco las vive hace mucho el seminarista Gabriel Alburquenque, quien este año, tal vez por última vez después de varios años haciéndolo, volvió a cambiar su hábito clerical para vestir las ropas, la máscara y la capa del diablo, con las que, al son de trompetas y tambores, baila ante la Virgen mostrando la lucha entre el bien y mal, aquí encarnado en su personaje. El atuendo lleva abajo una tenida roja, botas blancas, una capa con adornos dorados, un pañuelo carmesí en la cabeza con una larga peluca roja, todo coronado por una máscara con cuernos, enormes ojos y colmillos que representan el rostro del diablo, quien en el baile deja de lado su antagonismo con Dios para honrar a la Virgen con vistosos saltos.