Hoy la Tierra mira a la Luna de una manera especial. Hace 50 años, el 20 de julio de 1969, el hombre pisaba por primera vez la superficie del satélite y aquel hito abría un paréntesis en los problemas del planeta, donde la Guerra Fría –que curiosamente impulsó la carrera espacial que se coronaba con aquel alunizaje– mantenía en vilo el destino de millones de seres humanos.
Esa misma Luna que hoy vuelve a acaparar la atención mundial nos muestra su superficie cuajada de innumerables cráteres. Pero no todos los que hoy vuelvan a reparar en ellos sabrán que tres de esos gigantescos agujeros llevan los nombres de otros tantos sacerdotes españoles, dos de ellos jesuitas.
Se trata de tres insignes científicos que contribuyeron con sus estudios e investigaciones al avance de la ciencia (lo que choca con no poco prejuicios aún vigentes) y que, por ellos, fueron considerados merecedores de que sus nombres apareciesen en la incipiente cartografía lunar a instancias de otros miembros de la Unión Astronómica Internacional.
Rodes, Romana y Aller son los nombres de estos cráteres lunares, denominados así en homenaje a los jesuitas catalanes Lluís Rodés Campderá (Santa Coloma de Farners, Gerona, 1881 – Biniaraix, Mallorca, 1939); Antonio Romañá Pujó (Barcelona, 1900-1981); y al sacerdote gallego Ramón María Aller Ulloa (Lalín, Pontevedra, 1878-1966).
Lluís Rodés, que dirigió el Observatorio del Ebro, se especializó en astronomía en Harvard y fue miembro de la Unión Astronómica Internacional. Autor de más de sesenta obras, la más conocida es El firmamento (1927).
Antonio Romañá (cuyo cráter lunar mide 33 kilómetros de diámetro y cuyo nombre lleva también desde 2001 un asteroide que circula entre Marte y Júpiter) sustituyó a Rodés al frente del Observatorio del Ebro. Fue también miembro de la Unión Astronómica Internacional y ha dejado más de un centenar de obras científicas, entre ellas, Contribución al estudio de la influencia de la Luna en las Corrientes Telúricas.
Ramón Aller, que estudió el bachillerato en los jesuitas y posteriormente ingresó en el Seminario diocesano de Lugo, construyó el primer observatorio astronómico de Galicia, en Lalín, que llegó a figurar entre los más importantes de España, se especializó en la astronomía de posición, inventando un nuevo aparato para hacer observaciones en dos verticales, descubrió cuatro estrellas, escribió cuatro libros y decenas de artículos científicos. El Observatorio de la Universidad de Santiago de Compostela lleva también su nombre.