Aunque él le resta importancia, el suyo ha sido un nombramiento extraordinario. Sobre todo, porque según el proceder habitual, es la Conferencia Episcopal quien designa a los jueces de la Rota. En este caso, Francisco ha decidido personalmente el traslado de Manuel Jesús Arroba. Después de 30 años en Roma como profesor de derecho procesal en la Lateranense y juez de primera instancia del vicariato de Roma, entre otras responsabilidades, en octubre aterriza en España como uno de los artífices del motu proprio sobre nulidades e impulsor de ‘Amoris laetitia’. Notas al pie incluidas.
PREGUNTA.- ¿Por qué considera que el Papa le envía a España al servicio del tribunal de la Rota?
RESPUESTA.- Para evitar especulaciones, lo mejor es atenerse al dato objetivo: España tiene el privilegio de tener una estructura judicial de alto nivel, en tanto que se pueden sustanciar aquí todas las fases de un juicio sin necesidad de ir a Roma y en este momento el tribunal no tenía el número de jueces suficientes que prevén las normas. Siempre que se incorpora una persona, cada uno llevamos nuestra experiencia y riqueza por lo que pueden presentarse dinámicas de cambio, siempre dentro de una estructura colegial.
P.- ¿Es necesario humanizar más los tribunales eclesiásticos? ¿Pueden verse todavía hoy como espacios de condena más que medio para solucionar un problema?
R.- Si en alguna ocasión se ha dado esta percepción en un tribunal, siempre hubiera sido una desviación respecto a los valores que tutelan el derecho en la Iglesia. Con la reforma del Papa no ha habido tanto un cambio en las normas cuanto un cambio que, a través del derecho, propone objetivos misioneros más amplios: un acompañamiento especializado a las personas y las familias en situaciones particularmente delicadas como esas que puedan haber provocado un fracaso matrimonial y que en su origen pueden tener una falta de presupuestos para considerar el matrimonio válido. Desde este punto de vista, las nuevas normas presentan un avance no tanto en su contenido cuanto en el contexto pastoral en el que se deben interpretar y aplicar.
P.- Participó en el Sínodo de la Familia. ¿Se ha producido la revolución pastoral que soñaba el Papa o estamos en ciernes?
R.- La revolución, renovación o conversión pastoral en la evangelización de la familia forma parte de lo que el Papa plantea en Evangelii Gaudium: la conversión como iniciación de procesos que son complejos y lentos. Algunos se han iniciado: el más claro es hacer entender que la prioridad está hoy en el acompañamiento de la familia, especialmente las que están en situación de fragilidad, y, por tanto, superar la idea de que lo principal fuera el anuncio abstracto del ideal familiar, aunque sea el ideal evangélico. También sé bien que se ha iniciado la renovación a través del motu proprio que transforma el sentido del instituto sobre el matrimonio y familia creado por Juan Pablo II convirtiéndolo en un instituto de ciencias del matrimonio y de la familia.
P.- Los hay que piensan que las nulidades ‘exprés’ son un coladero…
R.- Este tema lo conozco bien porque la primera propuesta sobre esta posibilidad la realicé personalmente en el Sínodo. Yo invitaría a no llamarlo nulidad ‘exprés’ porque recuerda precisamente al divorcio exprés y supondría pensar que se reduce a ponerse de acuerdo entre las partes para acabar cuanto antes. El valor ‘rapidez’ no es un valor absoluto, nos guiamos por el concepto de duración razonable. En nuestro caso, si los hechos están comprobados antes de comenzar el proceso, la comprobación procesal será mucho más ágil. Se exagera en el miedo a que sea un coladero. En cualquier caso, la norma no tendría la culpa, está bien formulada.
P.- Esta reforma, ¿contiene cambios irreversibles como busca el Papa?
R.- Los procesos no deben volver atrás si van dando fruto. Se puede mejorar alguna estrategia, pero donde no se debe dar marcha atrás es en el objetivo del anuncio de la alegría del Evangelio. No hay motivos para alarmarse, pues se trata de una reforma bien hecha y hasta ahora no he visto ningún elemento que haya despertado la suficiente perplejidad como para arrepentirse de haberla hecho. Otra cosa es que el vino nuevo no puede meterse en odres viejos, por lo que la renovación de las estructuras a veces requiere renovar a las personas.