En una carta firmada el pasado 15 de julio, Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, describe cómo llegan a la República Centroafricana cantidad de niños desnutridos que “huyen de la guerra”. En su relato narra que a la maternidad de la Iglesia “llegan cada día a la maternidad a por leche Hero que nos mandan desde Córdoba” mientras, que, como contraste, “alguien de la FAO, con un cochazo impresionante y un salario no menos alucinante, vino a Bangassou en febrero a decirnos que las cosas irían a peor”.
Una contradicción que denuncia en el escrito titulado ‘República Centroafricana, pan y paz’ en el que opina que “la pobreza, el islam radical y el calentamiento global son los mayores problemas que tiene nuestro planeta hoy”. Ante estos problemas, la diócesis se empeña en hacer que las ayudas lleguen: “Hemos distribuido garbanzos y pasta de León, máquinas de coser, medicinas y materiales varios que non llegaron hace un año en un contenedor”, a pesar de los bloqueos provocados por la guerra. “Para los desnutridos un potaje de garbanzos del Bierzo y arroz Largo con champiñones sabe a gloria”, añade.
Solidaridad popular que contrasta con la de entidades como “eoenegés humanitarias o en organismos de la ONU (son miles, con miles de Toyotas Prado recorriendo toda la geografía del país). Sin embargo la gente sencilla sigue nadando contracorriente, luchando contra la pobreza en estado puro”. Algo que sucede, denuncia, mientras el seminario está “ocupado por 1500 musulmanes moderados, que nos lo están destrozando” frente la inacción de la ONU –algo que también se produce en agresiones a sacerdotes– .
Por eso sentencia que “la mayoría cobra sin hacer ni el huevo” mientras que “los misioneros, los curas y las monjas luchamos para que la gente no se desespere en las comunidades, rezamos juntos, tenemos abiertas las escuelas, pintamos de azul lo que parece negro, esperamos en un futuro sin señores de la guerra, sin mercenarios asesinos, sin miedos a la hora de ir a las plantaciones, con escuelas abiertas y mercado libre. Doble ración de esperanza a la cruda realidad”. Denuncia especialmente las grandes asociaciones de las potencias ricas que se mueven con donaciones en función del mercado y que subcontratan de forma precaria los proyectos con contrapartes locales.
Aunque se haya llegado en febrero a una serie de acuerdos de paz “los soldados de la ONU han tenido sus aciertos en seguridad pero han naufragado en materia social”, opina. Y ejemplifica señalando un hotel de 5 estrellas ideado por Gadafi que es “el hogar casi permanente de cientos de humanitarios (de directores adjuntos para arriba), que llenan su piscina a partir del mediodía, que van de vacaciones cada dos meses (en sus contratos pone que para ‘destresar’) y reciben salarios inimaginables en Centroáfrica, más primas de riesgo, de lejanía, de ‘per diem’, de aire acondicionado o de 20 gaitas más…” aumentando el contraste. Y eso en una país donde las historia de muerte y destrucción se repiten a diario y se llenan de nombres propios.