Uno de los puntos icónicos en nuestro país es el Camino de Santiago, donde comparten kilómetros y kilómetros, andando, en bicicleta o a caballo, los peregrinos que viven una experiencia espiritual y aquellos viajeros, nacionales o extranjeros, que lo enfocan como un reto vital, un gozo cultural o un recorrido deportivo. Partiendo de esta realidad, en la localidad coruñesa de Arzúa, punto clave de la ruta francesa, las Hijas de Santa María de la Providencia (más conocidas como guanelianas, por su fundador, san Luis Guanella) llevan desde 2014 compartiendo un proyecto de pastoral integral con los sacerdotes Siervos de la Caridad (guanelianos) y con los laicos guanelianos voluntarios.
Como explica una de sus promotoras, la religiosa guaneliana Luisa María López León, la acción en Arzúa “abarca la pastoral parroquial (anuncio, celebración, caridad) en siete comunidades de la Unidad Pastoral de Arzúa y Arca, así como la acogida cristiana en el Camino de Santiago”.
En esta última experiencia parten de la base de que han de adaptarse a una realidad dinámica y cambiante: “Es verano… y a todos se nos acelera el corazón y se nos ponen en marcha los pies, casi sin darnos cuenta, para huir de la rutina monocolor que nos cansa y desgasta, buscando nuevas aventuras y experiencias, más o menos fuertes, que llenen de serotonina nuestro día a día y alivien nuestro estrés. Hay quien elige playa, montaña, destinos exóticos o voluntariados de cooperación que conecten con el yo más humano y solidario… El Camino de Santiago es una opción más, de moda, barata y con múltiples opciones de sabor rústico, ecologista, deportista, pacifista, con algunos tintes de Indiana Jones y posibilidad de degustar una gastronomía peculiar que roza lo ‘divino’. Todo esto aderezado con encuentros multiculturales mucho más fáciles y accesibles que las citas a ciegas ‘on line’”.
Conscientes de esta realidad, a la que se adaptan y desde la que quieren construir en positivo para que cada vez más puedan mirar a lo alto, las guanelianas recalcan que “el Camino de Santiago es algo más que todo eso: “Fieles al carisma de nuestra congregación, que está presente en más de 20 países trabajando en las periferias humanas, seguimos el mandato del fundador: ‘Dar pan y Señor a todos, especialmente a los más pobres’. Por eso damos voz a los que no la tienen, y todo desde la pedagogía del corazón”.
¿Cómo encarnan eso en la ruta jacobea? Con la conciencia de que “el Camino también es periferia y lugar de nueva evangelización”. Para ello, religiosas y voluntarios plasman una misma misión y carisma “a través de los campos de trabajo que organizamos en los momentos más fuertes de la peregrinación”. Mediante esa simple presencia, que testimonia una vivencia en clave de fe, “experimentamos que son muchos los que comienzan el Camino como caminantes y lo terminan como peregrinos…, porque el Camino no deja indiferente a nadie. Toca la fibra más profunda y verdadera del ser humano, que es peregrino por naturaleza, y le conecta con las raíces espirituales que nos definen”.
Así, en Arzúa, las guanelianas “acogemos, acompañamos, informamos, abrazamos y sonreímos humildemente en nombre de la Iglesia, con la certeza de que Dios usa nuestras frágiles manos y nuestros gestos sencillos para hacer su obra en el corazón de cada uno. Somos Iglesia en camino y en salida, como nos pide Francisco”.
La suya es la fuerza del testimonio, sin necesidad de apoyo logístico alguno: “No tenemos albergue ni grandes infraestructuras, solo nuestra casa en ‘la periferia de la localidad de Arzúa’. Allí contamos con una mesa a pie de calle con un sello. Algo que nos permite el encuentro, la acogida, la información, la evangelización sencilla, fresca y cercana. Además, animamos la Misa del Peregrino, invitando a la participación, para celebrar juntos nuestra fe en un Dios que camina con nosotros.
A nadie le negamos nuestro abrazo, desde el respeto a la pluralidad de sensibilidades y creencias”. Asimismo, “tenemos especial cuidado de los ‘disferentes’, los peregrinos con alguna discapacidad o tocados por la enfermedad”.
En definitiva, para López León, si bien sienten que “son distintas las motivaciones para hacer el Camino”, están convencidas de que “en todos los que lo hacen hay un anhelo de re-encuentro con las propias raíces, de búsqueda de sentido que se percibe más allá de las palabras”. Para encauzarlo, ellas no hacen sino ser “periferia, aerópago, invitando a sentirnos peregrinos con los peregrinos, hermanos que caminan como ellos y con ellos”.
Así, en este particular “Atrio de los gentiles”, la religiosa guaneliana defiende que su abrazo se dirige a quienes son peregrinos aunque ni ellos mismos lo sepan: “Buscan sin saber lo que buscan, porque nadie les ha hecho pensar y pararse para descubrirlo. Tienen hambre de Dios, sin saberlo, pues están saciados y ya no buscan… Son los que necesitan ser queridos, sentirse personas; son los excluidos de nuestros programas pastorales, porque ‘no nos dan brillo’ o no están ‘en línea’, desconectados de nuestra idea de pobre. Son los alejados, los desencantados que nos lo ponen difícil y son un hueso duro de roer pastoralmente hablando. Son los que necesitan conocer una Iglesia diferente, más humana y cercana, donde haya menos moralismos y más corazón”.