Las instituciones católicas muestran, cada vez más, una mayor iniciativa contra el cambio climático en diversos ámbitos, entre los que destaca el programa de desinversiones en industrias de combustibles fósiles: petróleo, carbón, gas natural y gas licuado del petróleo. Y es que las emisiones de gases de efecto invernadero que producen son, en gran medida, causantes del calentamiento global.
Según el Movimiento Católico Mundial por el Clima (MCMC), ya hay un total de 122 entidades católicas comprometidas con el espíritu que Francisco encarnó en la encíclica Laudato si’. El director ejecutivo del MCMC, Tomás Insua, explica a Vida Nueva que el proyecto se basa en la necesidad “de ser coherentes con nuestra fe católica, que nos impulsa a ser custodios de la Creación de Dios, especialmente de nuestros hermanos más pobres y vulnerables, entre ellos, los afectados por el cambio climático”.
Como no podía ser de otro modo, en este proceso destaca el empuje que representa Laudato si’, firmada por el Papa en mayo de 2015 y que fue un significativo aldabonazo de cara a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se iba a celebrar entonces y de la que, finalmente, surgió el paradigmático Acuerdo de París. Ya entonces se generó una fuerte movilización de la comunidad católica internacional, poniéndose el énfasis en el cuidado de la casa común a través de una crítica al consumismo y al desarrollo irresponsable.
El MCMC surgió como una respuesta desde la Iglesia frente a la grave crisis socio-ambiental que ha generado el cambio climático. Fue lanzado en Manila en enero de 2015 por medio del cardenal Luis Antonio Tagle, en plena visita del papa Francisco a las Filipinas, país fuertemente afectado por esta problemática. Tras poco más de cuatro años, el organismo se encuentra ya presente en los cinco continentes por medio de 700 organizaciones. Igualmente, está en prácticamente casi todos los países de lengua española.
“Nuestra fe no puede ser encerrada en el ámbito meramente privado, debe ser hecha pública mediante nuestro testimonio de vida”, explica Insua, al mismo tiempo que reconoce que desinvertir en esas industrias vinculadas al petróleo, al gas y al carbón “no es un proceso fácil, pues en muchos casos la rentabilidad es muy importante, ya que de ella dependen muchos servicios que entrega la misma Iglesia”.
Por eso, resalta que, desde el MCMC, se tiene mucho respeto por las decisiones financieras de las instituciones. Al mismo tiempo, claro, que se trabaja en una línea para buscar alternativas a sus inversiones en empresas con actividad contaminante.
“La desinversión de combustibles fósiles –reitera– debería alcanzar a todas las instituciones de la Iglesia, pues no sería coherente que, por una parte, proclamemos la defensa integral de la vida y, por otra, utilicemos nuestro dinero para actividades que atentan de algún modo contra la misma”.