“El mundo fue uno antes y después de Woodstock”, proclama Antonio Escohotado. El mundo fue uno antes y después de la mañana del 18 de agosto de 1969, más concretamente, cuando poco después de las once, Jimi Hendrix tocó The Star-Spangled Banner, el himno de Estados Unidos, como nunca se había hecho antes. Hendrix imitaba con su guitarra Fender Stratocaster el sonido de un bombardeo. La patria americana arrojaba el infierno sobre Vietnam, a la vez que Hendrix ponía el punto final con inevitable retraso a los “tres días de paz y amor” –ese fue su lema– en los que el rock y el movimiento hippy transformaron la conciencia colectiva de dentro y fuera de Norteamérica con su mensaje pacifista.
“Creo que fue una especie de epifanía, una especie de revelación. Fue maravilloso ver cómo medio millón de personas se reunían en torno a la música y el amor, sin que hubiera accidentes memorables. Se pensó como un concierto para unas 50.000 personas, y de pronto surge esa llamada de la paz y el amor, y comienza a moverse gente de todos los Estados Unidos para acudir a esa concentración que acaba reuniendo a más de medio millón de personas”, según el relato de Miguel Ríos, músico y rockero. “Fue una gozada. Habría dado un brazo, una cuerda vocal o lo que fuera por haber podido estar ahí”, añade el granadino.
Un hermoso espejismo
A Jimi Hendrix, la gran figura de un festival que reunió a titanes del rock –como Janis Joplin, The Who, Joan Baez, The Band, Joe Cocker, Carlos Santana o Crosby, Stills Nash & Young–, apenas le escucharon 25.000 asistentes, los pocos que habían resistido al ácido lisérgico y la marihuana, al amor libre, a la lluvia y al fango, al sueño y al viaje. “Woodstock ha quedado como el punto álgido del movimiento hippy –según el crítico musical Diego A. Manrique–. Los ateridos asistentes desafiaron a las nubes pidiendo que dejara de llover: estaban seguros de poder cambiar el mundo y se sentían capaces de dominar las fuerzas de la naturaleza. Fue un hermoso espejismo, y no es extraño que las encuestas revelen que varios millones de estadounidenses aseguren hoy haber vivido Woodstock: aunque no estuvieran físicamente, se identificaron con el mito del festival de la hermandad y la solidaridad generacionales”.
El festival acabó celebrándose en 1969 en una pradera de Bethel, a 70 kilómetros de Woodstock. “El festival que tuvo lugar el fin de semana del 15 al 17 de agosto de 1969 fue un desastre organizativo –lo describe Manrique–. Bautizado como Feria de Música y Arte de Woodstock, se enmascaró inicialmente como un acontecimiento cultural dominado por intérpretes de folk y jazz. El nombre de Woodstock era el gancho comercial: en esa localidad de las montañas de Nueva York residía Bob Dylan, y se quería juntar a las tropas de la contracultura con uno de sus profetas más lúcidos”. Pero Dylan, que se había refugiado en Woodstock tras un accidente de moto, no quiso estar en el festival.