La literatura francesa late convulsa cuando se adentra en el trazo apasionado de Paul Claudel (1868-1955), poeta que, tras formarse en el positivismo, vio cambiar su vida cuando se convirtió al catolicismo a los 18 años. Fue poco antes de Navidad, cuando sintió curiosidad al pasar ante Notre Dame y decidió adentrarse en el templo parisino. Allí, mientras se entonaba el cántico del Magnificat, tuvo una arrebatada experiencia de fe.
Como él mismo reconoció, pensó incluso en ingresar en la vida consagrada, pero unos monjes amigos le aconsejaron que se dedicara a mostrar su testimonio al mundo desde su condición de laico. Fue así como, compaginándolo con su condición de diplomático (representó a Francia en destinos de primer orden, como Estados Unidos, China, Japón, Brasil o Alemania), se dedicó con fruición a la escritura, cultivando el teatro, el ensayo o la poesía. En toda su obra, Dios ocupó un lugar preferencial, consagrándose como uno de los principales referentes de la cultura gala.
Tándem con Rodin
Pero Paul no fue el único miembro de su familia que se dedicó a cautivar al gran público con la belleza… Su hermana mayor, Camille Claudel (1864-1943), fue una reputadísima escultora. No tardó en entrar en el taller del gran creador de la época, Auguste Rodin. Fue tal la complicidad entre ambos que, además de contribuir ella a muchas de las grandes obras del autor, en bastantes otras posó como musa, poniendo alma y rostro a algunas de las principales esculturas de Rodin.
Más allá de lo profesional, maestro y alumna iniciaron una convulsa relación sentimental. Eso sí, sin dejar nunca Rodin a su auténtica pareja, Rose Beuret. Fue tal la frustración de Camille que llegó a representar su desamor en la icónica obra ‘L’Implorante’, un conjunto histórico en el que una mujer (Camille) aparece postrada y suplicante ante un hombre (Rodin) que le da la espalda y se va con otra mujer que tiene a la vez destellos de ángel y de bruja (Rose). El dolor de Camille se hizo insoportable cuando se quedó embarazada de Rodin y el genial escultor la obligó a abortar para evitar el escándalo.
Enterrada en una fosa común
Rotas las relaciones definitivamente con Rodin, lo cierto es que este la apoyó profesionalmente, consiguiéndole numerosos encargos a través de su nutrida red de contactos. Algo que supuso un soporte esencial para una Camille que ya padecía graves trastornos psicológicos. No fue el caso de su propia familia, especialmente en el caso de su madre y de su hermano Paul.
Al morir su padre en 1913 (su gran apoyo vital), ambos la ingresaron en el manicomio de Montdevergues, donde pasaría los últimos 30 años de su vida. Y eso pese a la insistente advertencia de los médicos del centro, que pedían a la familia a que la acogieran en su casa, entendiendo que podía llevar una vida normal contando con el apoyo familiar. Algo que nunca se produjo; de hecho, la madre no fue nunca a verla y el hermano apenas un puñado de veces… Hasta el punto de que, cuando Camille murió, Paul se negó a pagar el sepelio y esta acabó enterrada en una fosa común.
Un triste destino para una artista total. Creadora y musa. Libre. Pero pagando un precio por ello.