En Brasil, la violencia contra los pueblos originarios crece, así como las acciones gubernamentales y empresariales que amenazan la vida de las comunidades indígenas y sus territorios.
En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas –que se celebra este 9 de agosto–, el arzobispo de Porto Velho, Roque Paloschi, quien también es el presidente de la Comisión Indigenista Misionera (CIMI), afiliada al episcopado brasileño, analiza la situación de la población indígena y denuncia el asedio que padece en la era Bolsonaro, particularmente en el territorio amazónico.
PREGUNTA.- ¿Qué análisis hace de la situación de los pueblos indígenas frente a los ataques que sufren permanentemente en sus territorios?
RESPUESTA.- Hoy tenemos dos modelos de desarrollo en auge, particularmente en la Amazonía. Uno es depredador: extracción maderera, minería, petróleo y energía, pecuario, monocultivo… que tiene consecuencias en la deforestación (el 20% de la selva ya está deforestada y este número sigue creciendo), concentración de la renda, trabajo esclavo, envenenamiento del suelo y de las aguas, disminución de las lluvias (en las áreas deforestadas y la estación seca se prolonga a un ritmo de seis días cada diez años), conflictos de ocupación y expulsión de pueblos de la selva, irrespeto a las leyes, muerte de líderes, ambientalistas y agentes de pastoral (Brasil es el país donde son asesinados más ambientalistas y líderes).
Para el modelo depredador de desarrollo, la Amazonía tiene todo lo que el mercado necesita para mantener un crecimiento lineal y constante, y todo en abundancia: biodiversidad, tierras, agua, selva, petróleo, madera, minerales, fuentes de energía, que son de fácil acceso. En este sentido, oímos hablar de la Amazonía como la última frontera del agro-negocio y la minería. Esa economía depredadora no perdona ni a las personas. Tráfico de personas, explotación de mano de obra infantil, explotación sexual, son comunes en la Amazonía. La economía transforma en mercancía no solo los cuerpos, sino que explota y manipula sentimientos, sueños, deseos y la confianza de las personas, seducidas por falsas y engañosas promesas. Ese modelo destructivo tiene al poder político, económico y mediático a su favor, tornándose casi imposible combatirlo.
El otro modelo es el socioambiental, ecológico, direccionado a los pueblos de la selva. Tiene como consecuencia la redistribución de la renta, la preservación de la selva y de la biodiversidad, la socialización de la tierra y de los recursos, la preservación de las poblaciones tradicionales, la permanencia del hombre en la selva (para evitar el éxodo rural y, consecuentemente, el crecimiento de las ciudades), y un mercado que promete frutas, artesanías, pulpas, hiervas medicinales, aceites, castañas, ecoturismo, entre otros. Ese modelo es aún pequeño y poco expresivo, comparado con el anterior, porque viene de la base, del pueblo, y precisa ser fortalecido.
Ese modelo de desarrollo socioambiental sabe muy bien que, como decía Chico Mendes, mártir por defender la selva asesinado el 22 de diciembre de 1988: “la selva de pie es más productiva que la selva derribada”. O, como decían los caucheros de la Amazonía, y tantas veces repitió la Hna. Dorothy Stang, también mártir, asesinada el 12 de febrero de 2005 por defender a los pueblos de la selva: “la muerte de la selva es el fin de nuestra vida”.
Con esa preocupación y haciendo valer sus derechos previstos por la Constitución brasileña, la cual dice que “son reconocidos a los indios su organización social, costumbres, lenguas, creencias y tradiciones, y los derechos originarios sobre las tierras que tradicionalmente ocupan, siendo competencia de la Unión demarcarlas, protegerlas y hacer respetar todos sus bienes”, el líder indígena Yanomami Davi Kopenawa estuvo en Brasilia con el Protocolo de Consulta yanomami e Ye’kwana y el Plan de Gestión Territorial y Ambiental (PGTA), construido colectivamente entre los indígenas a lo largo de tres años para presentar las reglas generales que deben ser seguidas por cualquier emprendimiento que pretenda instalarse en su tierra y afecte a las comunidades situadas en el territorio. Por tanto, no se trata de estar en contra del desarrollo, se trata de garantizar que haya futuro para todas las generaciones.
P.- El presidente Jair Bolsonaro ha dicho que los periodistas “tratan a los indígenas como pre-históricos, pero ellos quieren trabajar, producir”, ¿qué piensa al respecto?
R.- Es muy peligroso ese discurso de hablar en nombre de los pueblos indígenas, diciendo lo que ellos son y no son, lo que ellos quieren o no quieren, o necesitan o no, como si ellos y ellas no tuvieran capacidad de hablar por sí mismos. Es muy peligroso, principalmente en el caso del actual presidente, que se niega a dialogar con estos pueblos, creer que sabe lo que los pueblos quieren.
Históricamente los indígenas vienen siendo tratados como ciudadanos de segunda categoría o, en la mejor hipótesis, como niños que son incapaces de autogestión, de cuidar de sus propios intereses y de ejercer sus derechos y deberes. No obstante, cuando conviene a los intereses de la Unión, se usa esa falacia de que es necesario respetar el deseo de los indígenas de trabajar, producir y vivir como un no-indígena.
Como bien denunció el líder Yanomami: “el joven puede que no sepa lo que es malo para él. Eso ocurre porque él nunca vio la gran destrucción, la gran contaminación ni el hambre. Entonces los políticos intentan manipular a los nuevos Yanomami. Intentan hacer creer que es más fácil vivir como napë, lleno de matohipë (mercancía). Pero la comida de la ciudad se acaba, porque necesita dinero para obtenerla. La luz de la ciudad se acaba. La televisión, el celular, la fiesta, la bebida también”.
Lo que el actual presidente no dice es que la población indígena urbana tiene dos alternativas: la integración individual en las periferias de la vida de las ciudades como refugiados “sin tierra” o la reconstrucción de su vida colectiva en territorios urbanos.
Es claro que, como cualquier ser humano, también los pueblos indígenas y principalmente los jóvenes sueñan con estudiar, viajar, comunicarse, etc. Pero es diabólico manipular esas ansias humanas a favor del interés económico. Los pueblos originarios tienen derecho a la educación, pero esta no tiene el derecho de borrar sus tradiciones y lenguas y hacer olvidar sus sabidurías ancestrales. Como dice el líder Yanomami: “el gobierno no está respetando la Constitución Federal. No está leyendo lo que fue escrito. Él olvidó y ahora está engañando a millares de personas. Es mentira que está preocupado con el pueblo de la ciudad. En verdad, solo se preocupa en tomar niobio, un mineral que es mas caro que el oro y el diamante. Ellos son muy mohote (ignorantes)”.
P.- Algunas posiciones del actual gobierno sobre la Amazonía también han sido polémicas, como cuando ha afirmado que “la Amazonía es nuestra, no de ustedes”.
R.- Esos discursos: “la Amazonía es nuestra, la Amazonía no es de ustedes”, nacen de la lógica dominadora de quien se siente dueño, de quien cree tener la posesión de tal cosa. Lleva a recordar una afirmación de Mons. Evaristo Spengler: “la Amazonía no necesita ser conquistada; necesita ser respetada”.
En la tradición de los pueblos originarios no se tiene posesión de la Amazonía, ¡se es Amazonía! Esto marca la diferencia, porque cuando algo es suyo, esa cosa te pertenece, usted se cree con el derecho de disponer de ella de la forma que mejor considere. De ahí viene toda una relación de cosificación, instrumentalización, consumismo y explotación que se tiene con ese territorio. Al contrario, cuando usted se siente parte de algo, la relación deja de ser cosificada para ser una relación de respeto y cuidado. Es así como los pueblos originarios se sienten en relación al territorio Panamazónico.
P.- A esto se suma el doloroso tema de la deforestación –que usted ha mencionado– e impacta, además, la vida de los pueblos originarios.
R.- Sobre las declaraciones al respecto de la deforestación, estamos asistiendo, aterrados, a una tentativa criminal de manipulación de la opinión pública y de los poderes establecidos para justificar y legalizar lo que es injustificable e ilegal a los ojos de Dios y de la Constitución brasileña. De forma irresponsable, el actual presidente descalifica el trabajo de organismos del propio gobierno y de innumerables profesionales responsables de las relatorías sobre la cuestión ambiental dentro y fuera del país. Un ejemplo de ello son las gráficas presentadas por Imazon del periodo entre agosto de 2018 y junio de 2019, en el cual el Sistema de Alerta de Deforestación (SAD) detectó 3.767 km2 de deforestación en la Amazonía Legal.
Esto quiere decir que no nos faltan documentos, gráficos, censos, relatorías, fotos, etc., que comprueban el avance cada vez mayor de la deforestación de la Amazonía. Diversos pueblos, entre ellos los Yanomamis, más recientemente han presentado documentos comprobando la violencia del impacto ambiental sobre la Amazonía.
A pesar de las graves violaciones de derechos que los pueblos originarios vienen sufriendo, incluso con apoyo y algunas veces incentivados por el propio gobierno, el presidente prefiere cerrar los ojos. Para él, hambre, racismo, misoginia, homofobia, no existen en Brasil, son invenciones de la Izquierda o de la “Iglesia comunista”. Como dice el líder Yanomami, Davi Kopenawa, “vivir sin consultar, sin conversar, sin oír otra opinión es el arma del gobierno para matar la selva y poner a las grandes mineras, las represas y la deforestación en Brasil. Arma para criar vaca y hacer plantaciones de soja, de caña y de otras cosas que ya se han plantado”.
P.- Ante todo esto, ¿qué piden los pueblos indígenas a la Iglesia?
R.- El mayor apelo de los pueblos originarios puede ser expresado en la intervención de los indígenas con ocasión de la visita del papa Francisco a Puerto Maldonado, en Perú: “Francisco, los nativos de la Amazonía de Perú son sobrevivientes de muchas crueldades e injusticias. Nuestros hermanos indígenas de varias regiones de la Amazonía sufren por las explotaciones de los recursos naturales. Muchos extranjeros invaden nuestros territorios: los cortadores de árboles, excavadores de oro, las compañías petroleras, aquellos que abren caminos para abrir calles de cemento. Ellos entran en nuestros territorios sin consultarnos y nosotros sufrimos mucho y morimos cuando perforan la tierra para sacar petróleo. Sufrimos cuando envenenan y contaminan nuestros ríos, transformados en aguas negras de la muerte… ¡Nosotros le pedimos que nos defienda! Ellos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestros territorios de distintas formas. Si consiguen quietarnos nuestras tierras, podremos desaparecer”.
P.- Se acerca el Sínodo Panamazónico, ¿cuál es el mensaje de los pueblos originarios para la Iglesia?
R.- Con el Sínodo para la Amazonía la Iglesia desea lanzar al mundo el grito de los pueblos de la selva para que todos y todas despierten a la urgencia de cuidar la ‘casa común’ y eso se puede aprender de las poblaciones tradicionales de la Amazonía.
Con el Sínodo, la Iglesia da continuidad al proceso posconciliar en defensa de la vida, que en América Latina comenzó en Medellín (1968; “liberación”, “opción por los pobres”) y continuó con Puebla (1979; “asunción” / “redención”), Santo Domingo (1992; “inculturación”) y Aparecida (2007; “misión”).
Somos todos y todas responsables de construir una política que esté al servicio de la buena convivencia social y de la buena convivencia ambiental, y no más al servicio de la economía. Somos responsables de la decolonización de las mentes para interrumpir la explotación económica, transformar la intervención política en verdaderas prácticas democráticas de participación, y revertir las imposiciones culturales. Con fe y coraje, dándonos las manos, vamos a construir, con la gracia de Dios, una sociedad más justa y solidaria para todos y todas.
Foto Roque Paloschi: ALC Noticias.