El próximo 12 de agosto, en Galapagar (Madrid), comienza un ‘Taller de meditación en verano’ impartido por el psicoterapeuta y teólogo Enrique Martínez Lozano, un habitual entre los foros de espiritualidad que es autor de numerosos libros y artículos sobre la cuestión –y varios comentarios a los evangelios de la misa–. Esta iniciativa veraniega nos ofrece la posibilidad de conversar con Martínez Lozano sobre cómo medita un cristiano y qué puede aportar la meditación a la vida actual.
PREGUNTA.- ¿Por qué meditar en unos tiempos como estos?
RESPUESTA.- Porque el Anhelo no cesa. El Anhelo de comprender qué somos, y cómo vivirnos en coherencia con ello. No meditamos para sentirnos bien, ni para pacificarnos o aliviar el estrés. Meditamos para vivir lo que somos. Meditar es vivir conscientemente, es ser.
El ser humano puede durante un tiempo alejarse de sí mismo, perderse en los vericuetos de su mente pensante o extraviarse en compensaciones que lo adormecen, pero no podrá dejar de escuchar la voz del Anhelo que lo llama a casa, a vivir con consciencia, libertad y plenitud.
P.- ¿Cómo es el perfil de la gente que se acerca a un curso de meditación?
R.- Es un perfil de lo más variado, precisamente porque el Anhelo de comprender y vivir lo que somos no hace diferencias. Con todo, suelen predominar personas adultas de toda edad.
Es normal que, mientras somos jóvenes, busquemos fuera lo que imaginamos que nos llenará. Pasada una cierta edad, y tal vez alguna crisis, la mirada se dirige hacia dentro. En ese momento, suele ocurrir que se busque el camino del conocimiento de sí mismo, de la interioridad, el camino de la meditación.
En realidad, se trata de la búsqueda primera del ser humano, y que se traduce en la pregunta: “¿qué soy yo?”, y que introduce en el camino de la espiritualidad genuina. La espiritualidad consiste en responder adecuadamente a esa pregunta. Y la meditación es la práctica que nos permite descubrirla.
P.- ¿Qué vínculos unen a la meditación con la espiritualidad?
R.- Aquí el lenguaje empieza a ser muy limitado. Si por espiritualidad, en el sentido genuino del término, entendemos la comprensión profunda (experiencial, vivencial) de lo que somos, la práctica meditativa es el camino para avanzar en esa comprensión.
Así entendida, la práctica meditativa es el medio para aprender a acallar la mente. Ya que como decía Krishnamurti, “solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”.
Pero, hablando con propiedad, la meditación es infinitamente más que la práctica. La meditación hace referencia a un estado de consciencia que, transcendiendo la mente, nos conduce del “estado mental” al “estado de presencia”.
En este sentido, “meditación” y “espiritualidad” serían prácticamente equivalentes, y podrían plasmarse en la comprensión y la vivencia de lo que somos en profundidad.
P.- La meditación cristiana, ¿tiene una auténtica entidad propia?
R.- En su sentido original, la meditación transciende las religiones. Es la práctica para acallar la mente y, por tanto, las creencias, dado que toda creencia es solo un constructo mental. Las religiones son “lecturas” mentales de esa dimensión profunda de lo humano y de lo real, a la que nos referimos con el término “espiritualidad”. Lógicamente, tales lecturas son legítimas, siempre que no se absoluticen y confundan lo que es una “creencia” con la “verdad”.
Si cada creencia es un “mapa” –circunscrito a las personas que aceptan su credo–, la espiritualidad se refiere al “territorio” –es, por tanto, abierta y universal–. Los mapas resultan peligrosos cuando se absolutizan, porque confunden y fanatizan. La sabiduría nos invita a vivir el paso de los “mapas” religiosos al “territorio” común y compartido de la espiritualidad.
En el caso cristiano, habría que distinguir la oración (reflexiva, afectiva, personal) de la contemplación sin objeto. En este último caso, será equivalente a la meditación. Meditación o contemplación, en cuanto prácticas, son el camino para silenciar los pensamientos, los deseos y el protagonismo del yo. Gracias a ellas se nos regala el acceso al estado meditativo o contemplativo, la “vuelta a casa”. La identificación con el yo y su protagonismo, que paradójicamente suele ser muy fuerte también en el campo religioso, nos alejan de nuestra verdad, nos mantienen en la ignorancia y perpetúan la confusión y el sufrimiento. Solo el silencio del yo –de la mente, de la voluntad, del protagonismo en la acción– nos abre a la comprensión y vivencia de nuestra verdad: porque, más allá del yo y de las formas en que nos experimentamos, somos Silencio consciente.