Jean-Marie Lustiger no siempre se llamó así. Y es que, hasta su conversión al catolicismo a los 14 años, el que acabara siendo cabeza de la Iglesia francesa durante un cuarto de siglo, era Aarón. Judío nacido en Orleans en 1926, sus padres fueron detenidos y deportados durante la ocupación del país galo por las tropas de Hitler. Se rompía así una infancia feliz, marcada en buena parte por la influencia de su abuelo, rabino.
Separado de su familia (su madre acabó siendo asesinada en el campo de concentración de Auschwitz), fue acogido por una familia católica de Orleans. Impresionado por su testimonio de vida diario, el 25 de agosto de 1940, Aarón se bautizó católico (adoptando el nombre de Jean-Marie) en la propia capilla del obispado que, años más tarde, él mismo pastorearía.
Lustiger siempre reivindicó su identidad judía, lo que aprovechó para acercar, siempre que pudo, los lazos entre cristianos y judíos en todos los ámbitos posibles. Ordenado sacerdote en 1954, sus inicios pastorales están muy ligados al mundo de la educación, como capellán de la Sorbona y del Centro Richelieu. Su gran capacidad intelectual le llevó a ser un reputado miembro de la Academia Francesa, donde se mantendría hasta su muerte.
La llegada, en 1978, de Juan Pablo II a la sede de Pedro supuso su impulso definitivo, pues Woytyla siempre confió en él como líder de la Iglesia francesa. Tras nombrarle al año siguiente obispo de Orleans, en 1981 le designó arzobispo de París, dirigiendo la diócesis hasta 2005, cuando le aceptó la renuncia por edad. Antes, en 2003, el Papa le premió con el cardenalato, que Lustiger, desde su humildad, aceptó, no como un honor, sino como una gran “responsabilidad”.
Lustiger murió dos años después, el 5 de agosto de 2007. Una de las frases que mejor le definen es esta: “Nací judío y sigo así, incluso si eso es inaceptable para muchos. Para mí, la vocación de Israel es traer luz a los gentiles. Esa es mi esperanza y creo que el cristianismo es el medio para lograrlo”. Sin duda, él encarnó ese anhelo.