Dorothy Day fue un vendaval apasionado. Nacida en Brooklyn en 1897, esta activista estadounidense no dejaría de dar una sola batalla social en su tiempo, especialmente, la defensa de las condiciones laborales de los negros, los niños y los explotados en general. Profundamente progresista, militó en movimientos socialistas y defendió algunos ideales libertarios.
Su carácter se fraguó en su infancia y adolescencia, en Chicago, en el seno de una familia protestante muy implicada en cuestiones intelectuales y de índole social. Tras un fugaz paso por la Universidad, se independizó muy joven e inició su propia carrera como periodista (su padre también lo era) en el diario socialista ‘La voz’. Desde sus páginas denunciaba los excesos del capitalismo salvaje en un momento en el que la crisis económica disparaba el número de desempleados. También se implicó mucho en el movimiento feminista, hasta el punto de ser detenida en una manifestación en Washington.
Tras casarse con Forster Buttermann, marcado por su fuerte ateísmo, Dorothy Day sintió la llama de la fe al quedarse embarazada por segunda vez (la primera, abortó). Decidió tener a su hija, Tamar, y bautizarla católica, tal y como ella misma deseaba hacer. Para ello, se divorció de su marido, estando convencida de que el camino de la conversión era individual.
El 1 de mayo de 1933 hizo historia al poner en marcha el periódico ‘Catholic Worker’ ‘(‘Trabajador católico’). Impulsado junto a Peter Maurin, llegó a imprimir 150.000 ejemplares. Destinado a los trabajadores (de ahí su simbólico precio, de un centavo), ponía luz en muchos de los desmanes que sucedían en las fábricas.
El eco del diario fue mucho más allá de lo que en teoría correspondía a un simple periódico y, enseguida, muchos jóvenes seguidores del mismo (los llamados ‘workers’) se involucraron en todo tipo de acciones solidarias, atendiendo a las comunidades más marginadas.
El resto de su vida, Dorothy Day se dedicó a apoyar numerosas causas humanitarias. Murió en Nueva York en 1980, con 83 años. Muy pronto se impulsó la causa para su beatificación, apoyada, entre otros, por el entonces cardenal newyorkino, John O’Connor, quien destacó que “ella supo bien lo que es estar al margen de la fe y lo que es, después, descubrir el camino correcto y vivir en plena coherencia con la exigencia de la fe católica”. En 1996, Juan Pablo II la declaró sierva de Dios.
Una de las frases de Dorothy Day que podría resumir la hondura de su pensamiento, sería la siguiente: “No te preocupes por ser efectivo. Concéntrate en ser fiel a la verdad”.