Son treinta los niños de la ’Ndrangheta apartados de sus familias y reubicados en un nuevo entorno, a menudo a petición expresa de sus padres. Todos, acompañados por Enza Rando, abogada y vicepresidenta de Libera, inspiradora de la primera ley sobre el uso social de bienes confiscados a la mafia, ahora comprometida en el juicio Aemilia, donde la asociación de Don Ciotti se ha constituido como acusación civil.
“Las mujeres de la ’Ndrangheta se convierten en viudas, pierden a un padre, a un hermano y comienzan a temer que el hijo varón termine igual. Y se dirigen a la corte de menores pidiéndoles que se lo den a una familia de acogida”, dice Rando explicando el protocolo ‘Libres para elegir’. Los padres, al principio, no quieren que sus hijos se alejen de la tradición de la mafia. Sin embargo, pasados algunos años, Rando ha comenzado a recibir cartas de la prisión donde estos ’ndranghetisti le agradecen por haberles salvado. “Son hombres que están madurando una reflexión sobre la propia existencia. Al principio llenaban de amenazas a sus esposas porque se atrevían a evitar la lógica de la mafia, ahora también les envían mensajes de gratitud a ellas”, explica.
La misión de esta abogada siciliana establecida en Módena se centra por completo a la prevención cultural dirigida a los jóvenes. “He llevado junto a Libera a tres mil estudiantes a las audiencias de los grandes juicios contra la mafia, para que escuchen en vivo el daño que un mafioso puede causar, no solo al empresario individual, sino a todo un territorio y, en última instancia, a todos nosotros”. Ella tiene confianza en el tiempo, en la perseverancia, en enseñar a los niños a discernir la conducta correcta. “El objetivo es hacer que se conviertan conscientemente en buenas personas, personas que actúen con prudencia frente a los mafiosos que prefieran reiterar su poder aunque esto implique cadena perpetua, una creencia absurda que debe ser desterrada”, subraya.
“Objetivo alcanzado”
En las salas de los juicios, los estudiantes se sientan junto a los niños de los ’ndranghetisti, una cercanía que despierta asombro. “Los estudiantes me preguntan si los padres de estos chavales no se dan cuenta de la carga del sufrimiento infligido a sus hijos. Quieren saber si uno realmente se arrepiente y por qué un ingeniero puede decidir vender sus dones a la mafia. Y tienen curiosidad por saber cómo terminará: si el mafioso irá a la cárcel, si se hará justicia… La suya es una reflexión ética muy fuerte”, continúa Rando, quien, a pesar de haberse marchado de Sicilia, continúa recibiendo amenazas e intimidaciones que no le importan. Su pensamiento está impregnado de la alegría de ver a jóvenes universitarios acercarse a los juicios de la mafia y comenzar a estudiar los documentos: “Es muy bonito verlos comprometidos”.
Recuerda con claridad cuando el arrepentido Giovanni Brusca contó a los jueces que su padre le dio una pistola con 4 años. “Hay destinos que pueden cambiar y son las mujeres las que están haciendo una revolución dentro de la mafia“, indica recordando a Lea Garofalo, asesinada por su esposo ’ndranghetista porque se atrevió a rebelarse contra el código mafioso masculino. Rando conocía a Garofalo, y ahora observa a decenas de mujeres que encuentran una vida diferente lejos de Calabria junto con los niños que han sido arrancados a la mafia.
“Al principio están perdidas, aplican la desconfianza que conocen tan bien porque es el modo de las familias de la ’ndrangheta”, dice, pero “poco a poco se abren, empiezan a trabajar y finalmente asumen un rol con dignidad incluso frente a los hijos varones que comienzan a respetarlas”. “Uno de ellos, ya mayor de edad, me dijo que cuando era muy joven en Calabria, sentía que le tenían miedo en el pueblo porque era hijo de un mafioso. Ahora ha perdido ese reconocimiento social, pero ha adquirido fuerza y confianza. Puedo decir: objetivo alcanzado”, apostilla.