La de Maribel Fernández Gañán es una aportación a nuestra sociedad desde lo abstracto a lo concreto. Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Valladolid, esta palentina es una apasionada por traernos al presente la portentosa filosofía española del siglo XIX. En este sentido, su obra referente es ‘Cordialidad pública’.
PREGUNTA.- Vivimos en un tiempo de incertidumbres, de luchas de egos, de rechazo al diferente… ¿Cómo combates contra eso en tu ensayo ‘Cordialidad pública’?
RESPUESTA.- ‘Cordialidad pública’ es un ensayo que comencé a escribir en el año 2014, cuando empecé a observar en España la visibilidad de un discurso del odio que tuve, por poco tiempo, muy cercano y que se mostraba como revanchismo político, odio procedente del fanatismo religioso y xenofobia a culturas que no son la nuestra. De esta manera, escribí este ensayo como una invitación a combatir con firmeza esas actitudes, que solo llevan al conflicto, mediante la reflexión y la acción de un comportamiento ético al que podemos llamar “cordial”, tomado de la ética de la filósofa Adela Cortina, y que tiene como base la educación basada en la ejemplaridad, una filosofía muy trabajada a su vez por el filósofo Javier Gomá.
P.- ¿En qué modo se puede conseguir que el ciudadano se fascine con las muchas figuras, más o menos públicas, que sí se vuelcan en construir sociedad?
R.- Se puede conseguir mediante la aplicación práctica de la teoría de la ejemplaridad. El ciudadano aprende tanto de los anti-ejemplos como de los ejemplos. Al presentar al ciudadano modelos de comportamiento indignos, como pueden ser los corruptos, los asesinos o las personas de nuestro círculo que han traicionado nuestra confianza, se aprende a no ser como ellos. Pero, a la vez, hay que poner el ejemplo de aquellos que, con su vida cotidiana, viven los valores y principios que hacen de nuestra sociedad un lugar donde se puede convivir en armonía con uno mismo y con los demás. La filosofía de la ejemplaridad es una de las más fecundas para educar.
P.- ¿Cómo diste el paso para, efectivamente, encarnar una filosofía que se arremanga y se mete en el fango de la bilis para desnudar a esta? ¿Cómo surgió, en definitiva, tu valiente ensayo?
R.- Di el paso definitivo porque la enseñanza en las aulas no cuenta en este país con una asignatura que cubra en todas sus etapas la educación en derechos humanos, como sí lo hace la religión con la doctrina católica. Hace falta una educación que humanice, porque estamos viendo los casos que nos presentan las noticias de los telediarios y es comprobable que nos estamos deshumanizando. Cuando se plantea esta asignatura, comienza la polémica, pero pienso que, ante la realidad que contemplamos, que parece que se nos va de las manos, urge educar a la sociedad en el respeto a los otros.
P.- ¿En qué proyecto estás trabajando ahora mismo?
R.- Ahora mismo estoy escribiendo una novela que llevará por título ‘Operación Unamuno’, en la que el hilo conductor entre la cordialidad pública y esta novela es la inteligencia. Acudí al Primer Congreso Nacional Letras y espías que tuvo lugar en febrero en la Universidad Rey Juan Carlos y comprobé que, además de cordialidad, hay que presentar a la sociedad una cultura que reivindique también la inteligencia y la colaboración de todos para construir una sociedad auténticamente democrática. Y no te puedo desvelar más, Miguel Ángel…
Labor impagable
P.- ¿La Iglesia española es o no ejemplar a la hora de hacer fecundo el camino para la cordialidad pública?
R.- Hay muchas voces y muchas personas que sí lo son. Son ejemplos formidables de cordialidad pública, en los colegios, en las parroquias, en los centros de ayuda a los más necesitados. Hacen una labor impagable y generosa por los demás en todos los sentidos. Sin embargo, me apena todavía escuchar voces que no superan el posicionarse de parte, cuando la Iglesia debería llevar en primera persona el mensaje de paz y de piedad hacia las víctimas republicanas de la Guerra Civil.
Esta historia nos toca de lleno en mi familia porque conservamos la memoria del bisabuelo de mi hijo, José Espinós, el artista de la forja de la Basílica del Valle de los Caídos. José Espinós contaría la historia de otra manera. La Iglesia sigue ahondando en que la Guerra Civil fue un conflicto religioso en el que los suyos fueron asesinados, pero es inexacto, porque fueron asesinados como todos, porque era una guerra, una maldita guerra como lo son todas las guerras. Echo en falta todavía hoy ese mensaje de reconciliación de los bandos que, como Iglesia, deberían alentar porque entiendo que eso es perdonar y evangelizar. Y lo espero, porque la Iglesia del papa Francisco es una Iglesia fraternal.
El ejemplo de Unamuno
P.- ¿Qué voz del pasado necesitaría hoy España para tener un ejemplo de mesura en el que fijarse? ¿Existe alguno en el presente de esa talla?
R.- En el presente hay muchos ejemplos de mesura, desde nuestro entorno más cercano, la familia, el trabajo, el vecindario, que todos podemos nombrar ahora mismo. Invito a poner nombres y apellidos de cada uno de ellos, pues les hay sin duda alguna. En cuanto a un ejemplo del pasado, a pesar de que parezca lo contrario, sería precisamente Miguel de Unamuno, que añade a la mesura la firmeza, pues de nada sirve ser mesurados si no tenemos el carácter necesario para defender nuestras convicciones.
El bueno de Unamuno es ejemplo de no dejarse manipular, de luchar por sus ideales y de vivir la fe del Evangelio, arraigada en lo más profundo de su corazón. Unamuno era un hombre apasionado en su carácter pero mesurado en sus ideas; pero eso levantaba envidias. Vencer y convencer, el convencer y el persuadir es la mesura.