Los jesuitas astrónomos que estudian el movimiento de estrellas, galaxias y planetas pasean por los jardines de la residencia papal de Castel Gandolfo y por el campus de la Universidad de Arizona, donde el Vaticano atiende el moderno telescopio que tiene en el Observatorio Internacional de Monte Graham, en este estado norteamericano.
Al frente de este equipo está precisamente un estadounidense, Guy Consolmagno, jesuita formado en el MIT y que precisamente realizó su doctorado en Arizona, profundizando un tiempo en Kenia aunque la vocación le llegó con su mente bien formada a los 40 años. Este astrónomo, responsable también de la colección de meteoritos del Vaticano, es uno de los impulsores del buen entendimiento entre ciencia y fe.
Su llegada al Observatorio Vaticano comenzó precisamente clasificando más de 1.000 meteoritos donados por un aristócrata francésy acostumbrándose a los continuas pausas para el café que se hacen en Italia, confiesa en una entrevista al portal estadounidense Vox. Hasta que en 2015 el Papa le nombró director de la institución por un periodo de 10 años, algo que aceptó fiel a la obediencia jesuítica.
Seguro de su fe, no teme el hallazgo de vida alienígena, “ya tenemos partes de la Biblia que dicen que no somos las únicas cosas inteligentes hechas por Dios”. Para Consolmagno, “la religión nunca quiso decir que los seres humanos fueran el centro del universo. Esto es un malentendido de la vieja cosmología” como la que narra Dante recogiendo la tradición medieval. La Tierra no es el centro, es la periferia del universo parece decir, porque “eso es lo que hace que la idea de la salvación sea tan alucinante. Que a un Dios que podroamos pensar que tiene mejores cosas que hacer, no obstante le importara el planeta Tierra, ¡eso es lo que es asombroso!”.
“Ahora, tenemos un universo en el que sólo podemos ver 13.800 millones de años luz en todas direcciones, y más grande que eso es el Dios que lo hizo”, dice reivindicando la cosmología actual. “Mi religión me dice que Dios creó el universo. Mi ciencia me dice cómo lo hizo”, sentencia.
Rechaza así toda “tensión” entre ciencia y fe, aunque no deja de constatar que “como en cualquier tipo de relación, siempre habrá problemas” pero esto “es un buen síntoma”. “La razón por la que tenemos el valor de hacer ciencia es porque creemos en un universo que es consistente, lógico y que sigue las leyes, y eso es tan bueno que vale la pena pasar nuestra vida estudiando”, afirma. “La gente que quiere dibujar un conflicto entre uno y otro, generalmente, tiene una agenda. Están tratando de venderte su lado, de un lado o del otro”, señala tomando distancia de esta visión ideologizada. Confiesa Consolmagno que la ciencia no se ha terminado y por eso seguirá investigando el año que viene, pero que tampoco conoce a Dios del todo y por eso volverá un día más a misa.