Fray Salvador Rosas tiene 37 años y, desde hace 8, es sacerdote de la Orden de los Frailes Menores. Originario de México, se encuentra en Tierra Santa en “una experiencia de servicio” como parte de la comunidad del Santo Sepulcro. Un lugar en el que, como dice a Vida Nueva, se sigue la misma rutina cada día desde hace casi dos siglos. “En un primer momento se reza la hora media, con la santa misa conventual, que puede ser presidida por los frailes o cedida a los grupos de peregrinos que acuden a la basílica”. El segundo momento importante del día es el de las vísperas, que precede la procesión diaria. Por último, se lleva a cabo la oración nocturna poco antes de media noche. Todo esto entrelazado con la actividad en la eucaristía y la recepción de peregrinos. “Damos alguna palabra para las personas que la solicitan, ya sea en el sentido histórico o en el espiritual”, explica.
“Mi experiencia se basa en oración, servicio y fraternidad”, dice Rosas. “En este momento somos 10 frailes viviendo en la misma casa, con los mismos objetivos, por lo que también buscamos momentos para nosotros para estar más alegres y capaces para llevar a cabo esa oración y ese servicio”, añade, subrayando el hecho de que provenir “de tantas naciones diferentes nos ayuda a que la fraternidad se enriquezca”. Sin embargo, Rosas reconoce que su experiencia como cristiano en Israel es distinta a la de los laicos, un contexto en el que pueden ser “incluso perseguidos y marginados”. Por eso, el Centro Académico Romano Formación (CARF) se dedica a promover la oración por sacerdotes como fray Salvador Rosas, que se encuentran en misión en lugares en los que el cristianismo no solo no es mayoritario, sino que puede suponer un peligro.
“Los católicos de otros lados del mundo, rara vez se acuerdan de los de Tierra Santa”, indica, pero “no por indiferencia o apatía, sino por desconocimiento”. Por eso, “es necesario hacer ver a la gente que Tierra Santa no es un ideal, no es una fábula, sino una realidad, porque cuando se habla de Tierra Santa parece que se piensa en la de hace 2000 años, como si se pensara en Babilonia o en Mesopotamia”. Si bien históricamente “la gente sabe que existe ese país, pero no asocian el concepto con la realidad, no se palpa”. Y es que “no es solamente las iglesias, los monumentos, las sinagogas, las mezquitas, sino la gente. Son personas que profesan su fe, que viven cada día”.
“Ser cristiano en Tierra Santa, bajo mi experiencia de hombre mexicano y sacerdote franciscano es muy distinta a la de un cristiano árabe, cristiano o a la de uno que ha estado siempre presente, porque lo que yo viví como joven, lo que ha vivido mi familia y mi pueblo, es muy distinta a la situación de Tierra Santa en lo que tiene que ver con la política, la economía o la cultura”, explica. “Para mí es fácil ser cristiano en Tierra Santa, pero los otros tienen que afrontar la búsqueda de empleo, de oportunidades de estudio o la búsqueda de su propia fe. Un cristiano en México rara vez encontrará en ambientes religiosos a un judío o un musulmán”, asevera. “Con esto quiero decir que ser cristiano en Tierra Santa implica la diversidad de religiones, puede ser motivo de discriminación o, dicho en palabras llanas, ser de segunda categoría”.
“No obstante, el cristiano en Tierra Santa busca el progreso, educarse, crecer en la fe, ejercer la caridad, el diálogo… Busca lo que cualquier hombre o mujer de buena fe busca: la felicidad”, dice Rosas, quien cree que el acercamiento a las otras religiones, incluso con los pasos que ha dado el Papa, es escaso. “Es el cristiano el que busca, pero no es tan buscado. Podemos decir que cuando el cristiano tiende la mano, el otro responde, pero no es otro el que tiene la iniciativa”, subraya.
Pero, ante todo, Rosas considera que la paz en Israel es la única solución “no solo la presencia cristiana, sino para la presencia del hombre, independientemente de su color de piel, su credo o su procedencia”. Y es que “Tierra Santa está santificada por las tres religiones presentes en ella, viviendo la paz, el diálogo y el acuerdo. Vemos por ejemplo en Siria o en algunos momentos en Líbano como los conflictos bélicos han propiciado el éxodo y la migración, a veces por canales seguros, otras por medios que no lo son tanto o, incluso, a través de la trata de personas”. Sin embargo, a diferencia de esas realidades, Rosas cree que Tierra Santa es todo lo contrario. “Cuando uno sale a la calle, uno ve un mosaico inmenso de rostros, de procedencias, de culturas. Israel es realmente un país muy tranquilo, a diferencia de nuestros países occidentales en los que hay violencia cotidiana”, aclara.