La Amazonía está en llamas. Pero no solo se trata de los incendios forestales, de magnitudes apocalípticas, registrados en los últimos 20 días en Brasil y Bolivia, iniciados el 5 de agosto de “manera controlada” por agricultores de la zona y que alcanzaron su mayor apogeo en la última semana. El fuego que asola la Amazonía es también el de la doble moral: dominación, exclusión, explotación, indiferencia… Son muchos los fuegos que, durante siglos del actual modelo de civilización, han arrasado estos territorios como falso regalo de Prometeo, que ha engañado a sus propios dioses. Se trata de un asunto de vida o muerte, de supervivencia. Ese pulmón de bosque –como lo calificara el papa Francisco en el ángelus del domingo 25 de agosto– está enfermo y todos quedan advertidos. Hoy esa tierra sagrada y ancestral grita dolorida mientras los poderosos hacen oídos sordos a sus clamores.
Razones más que suficientes para que la Iglesia se haya convertido en el necesario ‘cortafuegos’ de defensa y cuidado de un región que alberga el 10% de todas las especies de vida silvestre conocidas (6.000 animales y 40.000 plantas), atravesada por la cuenca fluvial más grande del mundo, con siete millones de kilómetros cuadrados, y que contiene entre el 15 y el 20% del agua dulce del planeta. Un rincón del mundo que es reconocido como la casa de los pueblos originarios, porque allí viven cerca de un millón de indígenas distribuidos entre 400 pueblos, cada uno con su propia cultura y lengua, incluyendo las poblaciones aisladas. No en vano, son muchos los mártires que dieron su último aliento para denunciar la injusticia y defender la vida de las poblaciones y sus territorios. Baste recordar nombres como el de la religiosa estadounidense Dorothy Stang, la misionera agustina recoleta brasileña Cleusa Carolina Rody Coelho, el jesuita español Vicente Cañas, el obispo Alejandro Labaka, entre otros.
Aunque los ojos del mundo están fijos hoy en el Amazonas por los terribles incendios, Mauricio López, secretario ejecutivo de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), ha asegurado que son años, décadas, siglos, de ver estos territorios como sitios vacíos y baldíos. Una actitud de menosprecio que ha generado ese otro fuego, ‘no explícito’, especialmente alimentado por un discurso falaz que promete “alimentar a los más pobres con las riquezas que se extraen de estos territorios, cuando en realidad es lo contrario: vivimos en una etapa de mayor inequidad en la historia del continente y del planeta”.
Y así lo ha denunciado en repetidas ocasiones el papa Francisco, especialmente en su encíclica Laudato si’, en la que ha pedido cambiar los modelos de consumo. En efecto, estos incendios son la viva expresión de la codicia humana, y López clama al viento: “¡Si queremos hacer algo por la Amazonía, debemos reflexionar en torno al consumo que hacemos!”. Un planteamiento quizá tan radical como el evangélico “deja todo y sígueme”.
A pocas semanas de iniciarse el Sínodo de la Amazonía, tras un amplio proceso de consultas territoriales que la Secretaría general del Sínodo y el Consejo pre-sinodal encomendaron a la REPAM, esta catástrofe medioambiental ha removido los cimientos de la Iglesia latinoamericana, especialmente de los pueblos amazónicos –protagonistas del proceso–, que la sienten como una afrenta más de los grupos económicos de poder, aliados con los gobiernos de turno, en sus ansias de obtener sus riquezas a costa de la naturaleza misma.
A pesar de ello, las esperanzas aún siguen vivas. Es el caso de Durval Noco, de la comunidad indígena de Barranco Colorado, en el municipio Guajará-Mirim, en el estado de Rondonia, al norte de Brasil, quien ha pedido a los obispos que se reunirán en Roma que “luchen por nosotros, el sector campesino, principalmente los que estamos en la Amazonía, que vivimos en las márgenes de los ríos, que estamos sufriendo mucho porque se está perdiendo nuestra cultura, todo se está perdiendo”. Por eso, Noco confía en que “el Papa dé su visto bueno” a las reformas planteadas en el proceso de escucha sinodal.
Mientras tanto, desde el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) –liderado por su presidente y arzobispo de Trujillo (Perú), Miguel Cabrejos Vidarte– lamentan que “la esperanza por la cercanía del Sínodo Amazónico, convocado por el papa Francisco, se ve ahora empañada por el dolor de esta tragedia natural”. Y se unen “a los hermanos pueblos indígenas que habitan este amado territorio” para trasladarles “toda nuestra cercanía” y unir “nuestra voz a la suya para gritar al mundo por la solidaridad y por la pronta atención para detener esta devastación”.
También los religiosos del continente se ha solidarizado a través de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos (CLAR). Frente a la indignación que “nos provoca la realidad presente”, la vida consagrada levanta su voz profética para “apoyar a la organización política y jurídica de los pueblos amazónicos, que defiendan el macro-parentesco que nos conecta con el corazón de la vida de la humanidad”.
Wilmar Santin, obispo de Itaituba, en el estado de Pará, al norte de Brasil, uno de los más afectados por los incendios, ha invitado a asumir con este Sínodo los nuevos caminos y poner en práctica la encíclica Laudato si’: “Necesitamos cuidar la Casa Común como si fuera nuestra casa, porque es la creación que Dios coloca en nuestra manos para que cuidemos y, como el papa Francisco en una carta que escribió especialmente nos decía que no es solo la Amazonía, tenemos que dar ejemplo al mundo de que podemos disfrutar de los bienes de la naturaleza sin destruirla”.
En otro de los territorios más golpeados por el fuego, en Porto Velho –en el estado brasileño de Rondonia–, su arzobispo, Roque Paloschi, defiende que, con el Sínodo, se mantiene un mensaje de esperanza y corresponsabilidad: “Es un desafío que todos tenemos en la conversión ecológica, y este llamado que el Papa nos hace desde la Laudato si’ no es algo casual; por tanto, es una conversión que nace todos los días, no se trata solo de una coyuntura. Depende de todos nosotros asumir la responsabilidad en el cuidado de la casa común”. Y va más allá: “No es posible un cristiano que vaya a comulgar solo los domingos y públicamente destruya la casa que recibió de manos de Dios, no es posible que sigamos haciendo de nuestras ciudades un basurero”.
La quema de extensas zonas destinadas a la agricultura, junto con la tala de árboles, es una vieja práctica de las grandes haciendas enclavadas en la región amazónica. El Instituto Nacional para la Investigación Espacial (INPE), la agencia federal encargada de monitorear la deforestación y los incendios en Brasil desde 2013, ha informado de que, entre enero y agosto de 2019, han detectado más de 72.800 focos de incendios en la región, un 83% más que en el mismo período de 2018.