“Los obispos del País Vasco condenamos sin desmayo a ETA desde el principio. Y con nosotros estuvieron la inmensa mayoría de los sacerdotes y del laicado comprometido”. Según Juan María Uriarte, así lo certifican diversos “trabajos científicos”, saliendo al paso del debate generado en torno a un libro de reciente publicación: ‘Con la Biblia y la parabellum. Cuando la Iglesia vasca ponía una vela a Dios y otra al diablo’ (Ediciones Península), del periodista Pedro Ontoso.
En una amplia entrevista publicada ayer domingo en Noticias de Gipuzkoa, el obispo emérito de San Sebastián considera que el subtítulo de la obra “se las trae”, al querer “resaltar una supuesta ambigüedad en nuestro magisterio episcopal porque, al tiempo que condenábamos sin paliativos los innumerables y detestables delitos de ETA, reprobábamos moralmente también los cometidos en la lucha contra ETA cuando estos tenían lugar”. “Si alguno piensa que esto es poner una vela al diablo, le invito a que consulte la Doctrina Social de la Iglesia”, dice el prelado.
Más allá de la citada obra, preguntado por si la Iglesia vasca ha sido cómplice de ETA, como se ha afirmado en no pocas ocasiones, Uriarte se defiende: “Nuestra Iglesia ha cooperado en la extinción de ETA”. Por eso, aunque “el Evangelio me pide estar abierto a la crítica”, cuando “es infundada, falsa o denigrante, produce dolor e indignación”. Y, a su juicio, “la gran mayoría son injustificadas”.
Aun con todo, y pese a que “nuestros criterios éticos y juicios valorativos fueron claros y libres”, el que fuera también obispo auxiliar de Bilbao hace autocrítica, al reconocer que “nuestra atención y dedicación a las víctimas fue real pero insuficiente durante una amplia fase, no así en una fase posterior”. “Lamentablemente –denuncia Uriarte–, las víctimas producidas por ETA fueron olvidadas por todos: partidos, medios de comunicación, instituciones, durante un largo tiempo. Incluso por aquellos que nos lo echan en cara. Pero eso no nos excusa. Deberíamos haber despertado antes por sensibilidad humana y evangélica”.
¿Habría que pedir perdón por ello? “Sí”, afirma Uriarte. “Jesús es muy exigente con los suyos en cuanto a perdonar y a pedir perdón –añade–, y yo no me quiero tener que enfrentar a Él y bajar la vista avergonzado”.
Lo cual no le impide reivindicar la incidencia “altamente saludable” de la Iglesia en el País Vasco en la erradicación de ETA, que concreta así: “Ha ofrecido sin cesar criterios éticos sobre la paz, la violencia, los derechos humanos de las personas, los grupos y los pueblos. Y ha movido a muchos a comprometerse por una paz justa. Ha clamado en favor del diálogo con palabras y con hechos. Ha sembrado esperanza en una sociedad desalentada por la crudeza y la duración del azote padecido…”.
Por otra parte, a propósito del nombramiento de Joseba Segura como obispo auxiliar de Bilbao, Uriarte cree que “ha sido saludado con alegría y esperanza” en la comunidad cristiana local, más allá de que “revela un conocimiento actualizado de Roma respecto de nuestra situación sobre todo eclesial, pero también social”. “Es un buen refuerzo para abordarla en comunión con su obispo”, se congratula.
Más adelante, el prelado vasco aborda otros asuntos no menores, como la reflexión social sobre la dimensión ética de los delitos cometidos (violencia, asesinato, persecución, extorsión…), que “ha sido muy pobre”, y en la que “han predominado la ideología cerrada, el pensamiento visceral, la ‘ley de la eficacia’ y el oportunismo”.
Tampoco elude Uriarte la pregunta sobre el acercamiento de los presos a cárceles vascas, que “mitiga los efectos negativos de un aislamiento excesivo con el exterior, reduce distancias y recelos políticos que entorpecen el camino hacia la reconciliación”. Reconciliación que él ha defendido y defiende, aunque considera que “es todavía pronto” para que se produzca “una verdadera reconciliación social, dada la crudeza de lo que hemos vivido”.
Y, en este punto, el obispo emérito de San Sebastián advierte que “no cabe tal reconciliación sin que los autores de asesinatos reconozcan que matar por una causa política contradice frontal y gravísimamente la ley moral”. Porque “reconocer el daño injusto causado es moral y legalmente obligatorio”. Ahora bien, “pedir perdón es también moralmente obligatorio y socialmente muy saludable, pero no es legalmente obligatorio”, matiza. “La petición de perdón empalma con el arrepentimiento, y este pertenece a la esfera interior de la persona que nadie puede invadir ni forzar”, concluye Uriarte.