El nuevo decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra habla con Vida Nueva sobre los principales desafíos a los que se enfrenta la fe católica en la actualidad
Esta misma semana Gregorio Guitián ha tomado posesión como decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Un encargo que, confiesa, no le “encuentra desprevenido del todo”, ya que en los últimos años ha sido el director de investigación de la misma Facultad.
“Ahora me toca tener una visión más abarcante, pensar más en el conjunto y en el momento concreto de la Iglesia y de la sociedad en la que una Facultad de Teología debe desarrollarse”, subraya. Algo que, sin duda, “es un reto pero lo afronto con serenidad porque cuento con la ayuda del profesorado, y los ánimos y la oración de tantas personas”.
PREGUNTA.- Su formación académica le ha especializado en moral y economía, ¿es posible relacionar el mundo de los negocios con el de la fe y la moral?
RESPUESTA.- Ciertamente no es fácil. Todos nos damos cuenta de que hay un modo muy extendido de hacer negocios que prescinde de la moral. Tiene mucha fuerza y presiona notablemente para que se actúe con el único criterio de la maximización del beneficio. Esa forma de hacer negocios es inhumana, y precisamente por eso, son también patentes para todos las terribles consecuencias que tiene. Basta pensar en la última gran crisis económica. Y sin embargo, es posible, más aún, es necesario, conjugar los negocios con la fe y la moral. Hay muchas personas cuya vocación profesional y cristiana es ser hombres y mujeres de empresa que luchan por hacer de su trabajo un testimonio de servicio a la sociedad, un modo de hacer posible el desarrollo humano de muchas personas y una forma de ganarse la vida honradamente. Esa es la misión de la vocación empresarial.
P.- Con Laudato si’ parece que se dio un toque de atención para empezar a tomarse en serio a la justicia social y el cuidado de la creación. ¿Estamos a tiempo de hacer las cosas de forma correcta?
R.- Podría decirse que la Laudato si’ ha llegado en un momento oportuno y ha hecho sonar una tecla para la que nuestro mundo estaba en cierto modo bien dispuesto, porque desde hace años la sensibilidad medioambiental se ha ido abriendo paso poco a poco. Ha sido una buena oportunidad para volver a mostrar cómo ha de mirar y tratar el mundo una persona de buena voluntad. En ese sentido, el mensaje cristiano es un anuncio de esperanza, pero no de una esperanza ingenua o automática, sino tantas veces ligada a la conversión que tiene aspectos personales y comunitarios. Lo que el Papa Francisco nos ha dicho es que este momento es bueno para rectificar y dejar de cometer injusticias en el modo de tratar a la creación. Los capítulos quinto y sexto de la Laudato si’ ofrecen orientaciones valiosas para esa rectificación.
P.- Toma el cargo apenas un mes antes de que comience el Sínodo sobre la Amazonía. Teniendo en cuenta las últimas noticias sobre esta región, ¿es cristiano permitir la destrucción de la naturaleza por intereses económicos?
R.- Está claro que no. Hace falta llamar la atención sobre un elemento esencial de la identidad cristiana que es precisamente la preocupación por el bien común. El olvido de este aspecto esencial lleva a comportamientos como el que refiere, en los que solo cuenta el interés particular del hoy y ahora. Por eso la Doctrina Social de la Iglesia insiste en que si una sociedad quiere sostenerse en el tiempo, se tiene que fundar necesariamente en el principio fundamental –insoslayable– que consagra el deber de contribuir al bien común: el principio de solidaridad. Pisotear eso es, sencillamente, anti cristiano.
P.- En su opinión, ¿cuáles son los principales desafíos a los que nos enfrentamos moralmente en la actualidad?
R.- De alguna forma me acabo de referir a uno: despertar en las personas y en la sociedad el sentido del bien común, de la vida buena de todos nosotros juntos, superando una atención exclusiva al propio interés. Esto tiene aplicaciones múltiples, por ejemplo y claramente, en el plano económico. Añadiría que vivimos en un ambiente cultural autocomplaciente, que parece como hechizado por una libertad que, en cierto modo, ha tirado por la ventana la verdad y el bien. Me parece urgente una verdadera educación que corrija el notable emotivismo ambiental, que quiere sentir el amor sin saber nada del sacrificio, y que lleva frecuentemente a buscar una seguridad incompatible con cualquier compromiso. Quizás todo esto se resume en el desafío de ayudar a redescubrir y comprometernos con la verdad, de la que nace la libertad y el amor auténticos.