El cardenal francés Roger Etchegaray ha muerto en Cambo-les-Bains, en el País Vasco francés, unos días antes de cumplir los 97 años. Es reconocido por su labor al frente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y del Pontificio Consejo “Cor Unum”, siendo una de las personas de confianza del papa Juan Pablo II. Según ha informado el Vaticano, su funeral tendrá lugar el próximo lunes en la Catedral de Santa María de Bayona, diócesis de origen de Etchegaray.
Nacido el 25 de septiembre de 1922, se formó en Teología y Derecho Canónico en Roma. Sacerdote desde 1947, llegó a ser Secretario General del Episcopado francés desde 1966 a 1970, siendo nombrado obispo auxiliar de París en 1970. Sería posteriormente arzobispo de Marsella o presidente de la Conferencia Episcopal francesa, cargo que compatibilizó con el hecho de que en 1971 fue el primer presidente del nuevo Consejo Europeo de las Conferencias Episcopales. En su ministerio destacó por su compromiso con el diálogo y el ecumenismo.
Creado cardenal en 1979, en 1984 fue nombrado presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y presidente del Consejo Pontificio “Cor Unum”, encabezando muchas de las misiones diplomáticas más delicadas de la Santa Sede, ya sea en Oriente Medio o en China. También fue el iniciador de los encuentros de oración por la paz en Asís.
Presidente del Comité Central del Gran Jubileo del Año 2000, en 2005 fue nombrado vicedecano del Colegio Cardenalicio hasta 2017, cuando renunció por su edad y las complicaciones de una serie de operaciones tras romperse varias veces el fémur en diferentes caídas. Entonces, tras más de 30 años en los pasillos de la Curia siendo el “embajador personal”. del papa Woytila, volvió a su patria. Francia, en 2014, le reconoció imponiéndole Manuel Valls, la Gran Cruz de la Legión de Honor, máxima condecoración de la República,
Su mensaje en los diferentes encargos de la diplomacia vaticana siempre han sido una llamada al diálogo y la reconciliación. Como buen impulsor del Vaticano II, sus intervenciones han sido siempre una llamada a una Iglesia viva en contacto con el mundo a través de la defensa de los Derechos Humanos, de la convivencia o la sintonía con el mundo de la cultura.