El Papa quiso que su encuentro con la vida religiosa de Madagascar se hiciera en el convento de las religiosas carmelitas de la capital del país, en el marco del rezo de la hora intermedia. Tras ser recibido con una sonora ovación, Francisco oró con las contemplativas presentas en el país malgache y decidió dejar a un lado la reflexión que traía preparado para improvisar una alocución “de corazón”.
Desde ahí, Francisco llamó a las contemplativas a protegerse de los “diablos sutiles” de lo cotidiano. “Cada una de ustedes tuvo que luchar mucho y venció. Vencieron al espíritu mundano, al pecado y al diablo”, les recordó el Papa, que explicó cómo a partir de ahí el maligno se presenta de formas más “delicadas y educadas”. “Tal vez el día que entraron, dejaron en la puerta al diablo triste, pero se fue a buscar a otro diablo más listo para regresar a por su alma libre y al ser más educado y sutil logra hacerse con ese alma y su vida se vuelve pero que al inicio”, advirtió a su auditorio.
Llamada al diálogo
Para vencer estos ataques del maligno, el Papa las llamó a hablar con la priora y con las religiosas de su comunidad en el momento en el que sientan algo raro: “El tentador no quiere ser descubierto y por eso se disfraza de persona noble y educada. Por favor, cuando sientan algo extraño, hablen inmediatamente, cuando sientan que está en peligro la tranquilidad”. “Esta es la fuerza que tienen comunidad para sacudirse de esta serpiente: ayudarse”, apuntó.
“La mundanidad os llega escondida de muchas maneras y tienen que saber discernir con la priora y con la comunidad cuáles son esas voces para que no entren dentro“, aconsejó a las monjas. “La monja de clausura no puede ser una mundana, sería una cabra que camina por su lado”, llegó a decir. Así, insistió en que si bien las rejas ayudan a defenderse de un tipo de mundanidad, “la doble reja ni cien cortinas no son suficientes: solo la caridad, la oración y pedir consejo a la comunidad les puede salvar. Es necesaria la transparencia del corazón“.
Pequeñas y grandes cosas
En esta misma línea, reinvidicó la figura de Teresa de Lisieux a la que rebautizó como la santa de la caridad en las “pequeñas y las grandes cosas”. Para ello, rememoró la experiencia que tuvo la santa francesa con una monja anciana de su comunidad, con dificultades para caminar y con “mal genio”, a la que la joven religiosa se empeñó en ayudar durante todo el camino hacia el refectorio del convento con una sonrisa. “Esto no es una fábula”, subrayó Francisco. Arrancando risas de las religiosas asistentes por su ingenio para expresarse, Francisco alabó este gesto de caridad y lo presentó como un signo de cómo asumir el voto de obediencia a través de “los hilos del amor de Dios”.
“Otra religiosa joven podría haberse ido a quejar a la priora y decirle que ella no se encargaba más de la anciana, pero no fue así”, expresó el Papa, dirigiéndose a las mujeres allí presentes: “Todas ustedes están buscando la vía de la perfección y esa perfección se encuentra en estos pequeños pasos de caridad que parecen nada pero que hacen presente a Dios, éste es el secreto”.
Por último, también se refirió a la joven de Lisieux para que siguieran su ejemplo de dirigirse siempre a su priora ante cualquier dificultad, “aunque sea mayor, parezca que siempre que les lleve la contraria o sea antipática. Ella siempre acudía a su superiora. Y si no es suficiente, vayan al capítulo”. “No todas las prioras son el premio Nobel de la simpatía”, añadió.
El difícil camino a la felicidad
También presentó a la patrona de las misiones como ejemplo de felicidad al referirse a otro episodio de su vida, cuando escuchó una fiesta de jóvenes fuera del convento: “Acompañar a la anciana en esos diez difíciles minutos de camino le hacía más feliz que todos los bailes y las fiestas del mundo. No los cambiaría por nada”.
Todos estos consejos los enmarcó dentro de las lecturas del día que, para el Papa, suponen una invitación a vivir con “coraje” todas las cargas de la vida, reconociendo que “el peso principal siempre lo lleva Dios”. “Hay que tener coraje para atreverse a hacer pequeñas cosas, que en nuestra pequeñez hacemos felices a Dios. Así es como Dios hace feliz al mundo”, sentenció.
Tras estos consejos, Francisco se disculpó ante las religiosas por no haber hablado de “cosas elevadas” sino más como a “niños”. “Ojalá todos fuéramos niños, porque Dios los ama tanto…”, añadió cerrando el episodio de Teresa de Lisieux y la monja anciana: “Teresa acompaña ahora a este viejo, me acompaña en cada paso, me ha enseñado a dar los pasos. A veces me comporto de forma neurótica y la mando fuera, pero otras la escucho bien. Es una amiga fiel”.
El otro discurso
Por otra parte, en el discurso que el Papa llevaba preparado desde Roma llamaba a las monjas de clausura a “que vuestros monasterios, respetando su carisma contemplativo y sus constituciones, sean lugares de acogida y escucha, especialmente de las personas más infelices”.
“Estad atentas a los gritos y las miserias de los hombres y mujeres que están a vuestro alrededor y que acuden a vosotras consumidos por el sufrimiento, la explotación y el desánimo”, decía en el texto a las monjas, a la vez que las reclamaba: “No seáis de aquellas que escuchan sólo para aligerar su aburrimiento, saciar su curiosidad o recoger temas para conversaciones futuras”.
Fue este el eje de un documento en la que insta a las consagradas a seguir siendo faro para la Iglesia y la sociedad: “Con vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el silencio, indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida”. El Papa partía de la liturgia del día para hacer una reflexión sobre la prueba y el peligro, ante lo cual presentó la vida contemplativa como “la antorcha que lleva el único fuego perenne”. Así alertó de la tentación de “saciar el deseo de lo eterno con cosas efímeras”.
La belleza de la contemplación
“En este país hay pobreza, es verdad, ¡pero también hay mucha riqueza! Rico en bellezas naturales, humanas y espirituales. Hermanas, vosotras también participáis de esta belleza de Madagascar, de su gente y de la Iglesia”, expresó Francisco en este texto que será distribuido entre las religiosas participantes del encuentro.
“¡La fe es el mayor bien de los pobres!”, subraya en el documento el Papa con firmeza a la vez que sacó pecho del trabajo realizado por los católicos ante el pueblo malgache: “Sin vosotras, ¿qué sería la Iglesia y los que viven en las periferias humanas de Madagascar? ¿Qué pasaría con todos aquellos que trabajan en la vanguardia de la evangelización, y aquí en particular en las condiciones más precarias, las más difíciles y, a veces, las más peligrosas?”.
Francisco recuerda a renglón seguido que “todos ellos se apoyan en vuestra oración y en la ofrenda siempre renovada de vuestras vidas, una ofrenda muy preciosa a los ojos de Dios y que os hace partícipes del misterio de la redención de esta tierra y de las personas queridas que viven en ella”.