Hace dos años, la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) inauguró una nueva capilla en su sede central, en la Clerecía, el antiguo Real Colegio del Santo Espíritu de la Compañía de Jesús. “Aunque se encuentra en un semisótano desde la calle, su ubicación no puede ser más privilegiada: se accede desde el patio de los Estudios, a través de la Escalera Noble, y está debajo del Aula Magna –describe su arquitecto, Pablo Guillén Llanos–. Es sin duda la mejor ubicación, teniendo en cuenta que es una capilla que sirve de apoyo a la Clerecía. Jacinto Núñez [vicerrector de Relaciones Institucionales] dice de forma muy acertada que es la ‘sala de máquinas’ de un gran buque como es la Universidad”.
Pablo Guillén Llanos (Valladolid, 1983) es el hacedor de una capilla que ya es toda una joya de la arquitectura contemporánea, y que sigue recibiendo premios internacionales: el último, el prestigioso The Architecture MasterPrize, en Los Ángeles (EE. UU.) en la categoría de Interior Design Award. “Sin duda –cuenta a Vida Nueva– es un reconocimiento al trabajo bien hecho. Y cuando es internacional, y viene de compañeros de profesión, es más gratificante”, asume el arquitecto, que recogerá personalmente el galardón el próximo octubre en el Guggenheim de Bilbao. La capilla ya fue objeto de un accésit en el X Premio de Arquitectura de Castilla y León en 2018.
La intervención en la Clerecía es una lección de arquitectura sacra en un edificio barroco. “Sigo viéndola exactamente igual que hace un año. Es una obra a la que tengo muchísimo cariño, porque fueron muchísimas horas dedicadas, meditando uno a uno los detalles, desde el diseño del altar hasta el mecanismo de cierre de la ventana –prosigue Guillén–. Todo tenía que quedar perfecto, porque tiene que durar muchos años y ser atemporal. Quería que todos los detalles fueran perfectos. Gustave Flaubert decía que Dios está en los detalles”. Y en los detalles es donde habita la perfección. “Nunca pretendí hacer una obra que llamara la atención –prosigue–. Tenía un espacio abovedado con suficiente protagonismo y debía acondicionarlo para un espacio sagrado. Me limité a diseñarlo para que fuera funcional y sencillo, con los materiales justos: la piedra para configurarlo y la madera para humanizarlo”.
Las paredes de piedra de Villamayor contrastan con la piedra caliza de Campaspero del altar, sede y ambón. “También opté por reducir los signos religiosos al número necesario, evitando repeticiones irreflexivas de los mismos, que los convierten en muchos casos en meros elementos decorativos”. Como espacio para el encuentro con Dios, la intervención también habla por sí misma: la organización de la comunidad en forma de herradura, la luz, la madera maciza… “Mi intención ha sido que la obra sirva a sus usuarios en un ambiente de recogimiento, que les ayude al encuentro con el Señor, adaptando el espacio y sus elementos a las normas litúrgicas”.