Si la jornada arrancó con intensidad para Francisco arropado por un millón de personas durante la eucaristía dominical, no menos calurosa fue la acogida de los 8.000 niños que le recibieron en la Ciudad de la Amistad de Akamasoa. Con el misionero argentino Pedro Opeka como anfitrión y artífice de esta obra de la Iglesia que ayuda a más de 25.000 malgaches, el Papa fue recibido con un griterío ensordecedor y la canción “Dios está aquí” bailada y entonada en español a una sola voz por todos los chavales.
“No bajen nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumban a las tentaciones del camino fácil o del encerrarse en ustedes mismo”, animó el Papa a estos menores rescatados de la miseria por el religión de la Congregación de la Misión, que desde hace medio siglo entrega su vida en la isla africana. No hay que olvidar que uno de cada dos niños sufren explotación y tres cuartas partes de los malgaches viven bajo el umbral de la pobreza.
Francisco animó a los jóvenes a “continuar” el trabajo realizado por sus mayores, tomando la fe como principal fuerza: “Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras”.
“Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo”, señaló Jorge Mario Bergoglio, que puso como ejemplo de esta presencia “cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensarios”, que para el Papa “son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad”.
Desde ahí, el Papa aprovechó para lanzar un mensaje de fortaleza al pueblo malgache para salir adelante partiendo de la propia historia del barrio: “Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en ustedes, sino entre ustedes, lo que les permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia”. Esto le permitió al Papa exponer que “el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario”.
Con estas palabras, el Papa respondía tanto a la intervención de Pedro Opeka como a la de Fany, una niña que habló en nombre de todos los presentes. “Dios, con la fuerza del Evangelio, ha querido acoger y cuidar a miles de familias pobres con sus hijos, rechazados por la sociedad”, denunció el misionero, que sacó pecho para destacar que “después de treinta años este lugar es un oasis de esperanza, hemos erradicado la pobreza extrema, los padres vuelven a trabajar y los niños pueden volver a la escuela. Los pobres pueden levantarse”.
Por su parte, Fany le confirmó al Papa cómo “nuestras vidas han cambiado aquí y ahora soy feliz”. Esta adolescentes de 13 años, llegó hace seis a Akamosa acompañada de su madre y su hermano. “Aquí puedo estudiar y orar, pero nos preocupa que al finalizar los estudios no podamos encontrar trabajo para ayudar a nuestros padres”, le confesó a Francisco.