El cardenal arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, ha subrayado, en una carta pastoral, que es “apremiante” una actitud de “generosidad en la acogida” a los migrantes.
Asimismo, en el documento – publicado con motivo de la celebración, el próximo 29 de septiembre, de la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado – el purpurado ha abogado por “abrir corredores de inserción” a los que vienen de lejos, y ha recalcado que la experiencia histórica de emigración de los españoles debe “facilitar la adopción de actitudes de sintonía” con las variadas perspectivas que ofrece una “realidad tan compleja”.
Ante la Jornada del Migrante y Refugiado, Bláquez ha pedido a los católicos a actuar “no con egoísmo sino generosamente, con apertura y responsabilidad” y a evitar las “reacciones instintivas” de una “equivocada autodefensa”. Además, ha señalado que la incorporación de los inmigrantes a las distintas sociedades de los países de acogida es un proceso largo que debe ser facilitado con confianza y ayuda.
“Peligrosa travesía al lugar soñado”
“¿Qué hacemos en los países de donde proceden los emigrantes y refugiados? Si allí están cerradas las puertas de la esperanza, ¿cómo no van a intentar abrirlas en otros lugares?”, se pregunta Ricardo Blázquez en su carta, en la que insiste en que no se debe desatender a la “peligrosa travesía” desde el lugar de origen hasta el lugar soñado.
“¡Cuántos sufrimientos y abusos, unas veces causados por personas individuales y otras veces por grupos más o menos organizados!”, exclama el purpurado, quien ha aprovechado su carta para señalar que la Jornada debe ser motivo para “comprender con la mente y el corazón el sufrimiento de hermanos nuestros”.
“Por otra parte”, continúa el arzobispo, “se comprende que sin una adecuada regulación, no cicatera sino generosa, caeríamos en el caos en el que todos naufragaríamos”. En este sentido, apunta a que la afinidad lingüística, religiosa y cultural de los inmigrantes y de los residentes facilita la integración.
“Es fácil comprender que hay muchos sufrimientos y muchas incertidumbres cuando una persona deja su familia, su pueblo, su tierra, su cultura y se pone en camino sin saber adónde va realmente”, explica Blázquez, defendiendo, además, que “nadie” debe verse obligado a emigrar, de la misma manera que no se le debe prohibir a nadie “salir buscando legítimamente otros horizontes de vida personal y familiar”.