Pocas veces pensamos en Colombia, Perú y Brasil cuando se habla de trata, pero ningún país se libra de esta lacra. Cada 30 de julio, Naciones Unidas nos recuerda su compromiso para acabar con ella; también que el 35% de las personas en régimen de trabajo forzoso son mujeres, cifra que se duplica al hablar de explotación sexual.
En la triple frontera Colombia-Perú-Brasil, en plena Amazonía, la vulnerabilidad de las comunidades indígenas ante este delito es enorme. En un lugar donde toda la comunicación humana se realiza dentro y a través del río Amazonas, con lanchas, botes y demás embarcaciones cruzando constantemente de una orilla a otra y sin apenas controles entre un país y otro, los traficantes han encontrado un filón para su “negocio”.
Y aquí ha nacido hace solo tres años una iniciativa para luchar contra esta realidad, sobre todo con un trabajo de sensibilización y prevención en esta Triple Frontera: la RETP-Red de Enfrentamiento a la Trata de Personas en la Triple Frontera. “La Red –explica su coordinadora, Nathalia Forero Romero, trabajadora social vinculada laboralmente a las hermanas Vicentinas (Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl)– nació fruto de un trabajo previo de investigación de corte etnográfico y, en esa investigación, se identificaron dos modalidades fuertes de explotación: una es la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes; y otra, la explotación de trabajo, trabajo esclavo.
Todo ello con un enfoque de triple frontera, ya que todo lo que une el río en esta zona lo une para bien y para mal, pues todo lo que ocurre en Tabatinga, Caballococha, Leticia, Atalaia, Puerto Nariño… está ligado y relacionado. Y lo peor es que la investigación puso de relieve que muchas situaciones de abuso y explotación se habían naturalizado como parte de una economía de subsistencia y muy dependiente de agentes externos”.
Forero admite que no es fácil cuantificar las personas a las que atienden, “especialmente porque nuestro trabajo es tan cualitativo que saber el impacto de la prevención desde lo cuantitativo desdibuja la labor… Pero en lo que va de este año hemos hecho prevención con más de 400 jóvenes de los colegios. Llevamos procesos todo el año con 100 niños de los 9 a 13 años formándolos como ‘Héroes Defensores de Vidas’. En los encuentros bimensuales han participado 200 personas. Y talleres y visitas a las comunidades de los tres países en un promedio de 150 personas por cada comunidad…”.
Porque Nathalia no está sola. Cuenta con “enlaces” de la Red en las tres orillas de este enclave internacional. Por ejemplo, en Islandia (Perú), la hermana Ivanés Favretto, que integra una comunidad intercongregacional que apoya a los más vulnerables de la zona, es un eslabón de la Red, avisando siempre que detecta algún movimiento extraño. “Islandia –dice– es conocida como la Venecia del Amazonas, por sus canales y sus casas en palafitos de gran belleza. Pero también es un enclave esencial para el tráfico de mercancías y de personas”.
En Leticia (Colombia) es el padre Valerio Sartor, un sacerdote brasileño jesuita miembro de la RJPAM-Red Jesuita Panamazónica (miembros de la REPAM-Red Eclesial Panamazónica), quien ayuda a detectar, pero también a formar y sensibilizar sobre la trata para evitarla. “Es muy difícil cuando el proceso comienza poder rescatar a las personas arrastradas a esa situación; sin embargo, con los jóvenes, con las familias, sí podemos actuar”, reconoce.
Por último, en Atalaia do Norte (Brasil) está la misionera madrileña Marta Barral, una laica javeriana con una fuerte implicación y que también apoya a la comunidad en la lucha contra el maltrato machista y otros abusos. (…)