Intensa mesa redonda en la segunda jornada del encuentro “Paz sin fronteras. Religiones y culturas en diálogo”, organizada por la Comunidad de Sant’Egido y que se desarrolla en Madrid del 15 al 17 de septiembre, donde, bajo el título ‘Europa es necesaria’, políticos, clérigos e intelectuales reflexionaron sobre el papel de Europa en un tercer milenio lleno de incertidumbre y el papel que deben jugar en su futuro, pero también para la estabilidad de los valores europeos, las religiones, en concreto, el cristianismo.
Abrió el turno José Borrell, ministro de Asuntos Exteriores en funciones y que será el máximo responsable de la diplomacia de Europa cuando se constituya la nueva Comisión, quien mostró su asombro, en primer lugar, por “esta increíble sesión de trabajo; estoy asombrado por lo que representa haber organizado un congreso como este”, por lo que agradeció los esfuerzos de la llamada ‘ONU del Trastévere’: “Es un orgullo para el Ministerio de Asuntos Exteriores y un placer para mí”, señaló.
Comenzó recordando Borrell la discusión en las instituciones europea sobre la necesidad de reconocer en su Constitución las raíces cristianas del continente, “a lo que yo dije que teníamos que dejar a Dios en paz, en el sentido de que entre los valores fundacionales de Europa está también el laicismo, sin que eso signifique que no tengamos en consideración los valores que las religiones han tenido para la configuración del continente, particularmente la religión cristiana”.
A partir de ahí, el político socialista hizo un canto “a la necesidad de Europa”, a la importancia histórica de “mantener y preservar” en estos tiempos “la capacidad de compartir soberanía y ejercer conjuntamente una manera de hacer política, aunque seguramente no lo será para aquellos que no creen que sea bueno levantar las fronteras y permitir la movilidad de las personas”.
Con preocupación, apuntó Borrel al actual debilitamiento de los instrumentos que facilitan a nivel global “gobernar la interdependencia”, como la ONU, la Organización Mundial del Comercio… “en parte porque existe la voluntad explícita de pasar al unilateralismo, que en el fondo es la ley del más fuerte”, y puso como ejemplo el desmantelamiento de grandes acuerdos internacionales, que hacen que “estemos entrando en una nueva época de inestabilidad nuclear”.
“En esta situación –añadió el ministro–, el experimento que es Europa supone un contrapeso, porque somos la esencia del multilateralismo, con todos los inconvenientes que esto tiene para la toma de decisiones, cuando estamos entrando en una nueva dimensión del enfrentamiento internacional, en los albores de una nueva guerra fría por cuestiones tecnológicas, y cuya frontera ahora se ha desplazado de Europa al indopacífico, por donde pasan los grandes flujos comerciales, de los cuales Europa es un actor fundamental”.
Ante este alarmante panorama, Borrell aseguró que “Europa es un factor fundamental de estabilidad mundial”, por lo que instó a los europeos “a recuperar un cierto orgullo de pertenecer a este continente, a esta civilización”, y de transmitírselo a los jóvenes para que no olviden, “porque lo ven muy lejano, que Europa es un continente donde se venció a los totalitarismos y se devolvió a los ciudadanos la dignidad para poder vivir. Por eso Europa es fundamental para ayudar a construir un mundo mejor”.
Si Borrell no profundizó en la cuestión del papel de las religiones en la permanencia de los valores de esa Europa, sí lo hizo Adam Michnik, el reputado intelectual y político polaco que formó parte del legendario sindicato Solidaridad en unos años en los que desde el pontificado de Juan Pablo II se apoyaba la causa democrática que este traía consigo y que erosionaba al régimen de uno de los bastiones de la extinta Unión Soviética.
“Polonia hoy es una caricatura de lo que fue, cuando Juan Pablo II era el símbolo más grande de democracia y libertad, y que insistió en que Polonia entrase en Europa. Hoy la Iglesia allí se ha vuelto radical y algunos obispos apoyan valores que no tienen nada que ver con los valores y el evangelio que predicó Juan Pablo II, ni tampoco tienen la idea de posicionar a la Iglesia dentro de un sistema democrático”, dijo en un análisis poco complaciente para el Episcopado de su país.
“El polaco católico tiene que escuchar hoy algunas homilías en donde algunos obispos dicen que estamos ante una nueva revolución bolchevique, y que los bolcheviques de hoy son los homosexuales. Es lo que llaman el terror arco iris, y asistimos a una división evidente entre los profanos y lo sagrado, en donde algunos quieren hacer del altar un trono”, aseguró.
Ante ello, el ensayista afirmó que “de lo que tiene necesidad Europa hoy es regresar al cristianismo del Concilio Vaticano II, pues lo que dicen algunos obispos polacos no tiene nada que ver con lo que dice el papa Francisco, al que muchos consideran un hereje. Es preocupante que Francisco no sepa lo que piensa la Iglesia polaca, lo que es un peligro también para Europa”.
Frente a ello, Micnik se congratuló de la presencia de la Comunidad Sant’Egidio en Polonia, “que es una señal clara de un cristianismo abierto”, pero también advirtió de “la vuelta de un anticlericalismo salvaje”.
“Hay un problema con la Iglesia católica, sobre todo con el Papa anterior, no con el presente, que dice que no hay que hablar lo primero sobre el aborto, sino sobre la caridad”, apuntó por su parte Olivier Roy, orientalista y politólogo francés, que reclamó que “las organizaciones religiosas en Europa tienen que volver a entrar en el diálogo de los valores”, sabiendo que Europa vive hoy “un pluralismo multilateral y en donde cada oleada migratoria que llega trae una cultura distinta”.
Markus Dröge, obispo evangélico de Berlín, apeló en su intervención a recuperar la Carta Ecuménica que los obispos de toda Europa firmaron en 2001 como la mejor aportación de las Iglesias del continente al proyecto europeo, por lo que, siguiendo las líneas maestras de ese documento, invitó a las Iglesias del continente a “animar la integración y sostener el sentido de responsabilidad europeo hacia todo el mundo, fundamentalmente los más pobres; a comprometerse al diálogo interreligioso y a resistir el uso de las Iglesias para otros objetivos; a servir a la reconciliación entre las personas y culturas, como la musulmana; a mostrar su apoyo a los inmigrantes y refugiados; y a cuidar la creación, trabajando por el bienestar de las generaciones futuras frente al cambio climático y la desolación que este produce”.
“Cuando hay Iglesias que alzan hoy una voz de tinte nacionalista, tenemos que volver a esta Carta Ecuménica”, sentenció el también teólogo alemán.