África

Grégoire Ahongbonon: “En África muchas familias encadenan a sus hijos creyendo que están endemoniados”





Un encuentro con un enfermo mental en plena calle. “Es una imagen cotidiana en África y había pasado delante de ellos, como si nada. Ya estaba acostumbrado. Pero ese día mi mirada cambió. Cuanto más lo miraba, descubría que Jesucristo estaba ahí. Lo había estado buscando y ahí lo encontré”. Con estas palabras, Grégoire Ahongbonon explica su conversión al Evangelio de los pobres, que tuvo lugar en 1990.

Fue el punto de partida que llevó a este beninés de 66 años a entregar su vida en favor de los últimos y a atender, hasta hoy, a más de 60.000 personas con discapacidad en Costa de Marfil, Benín, Togo y Burkina Faso, los grandes estigmatizados del continente africano, a los que se les tacha de endemoniados. Así lo recoge en el libro ‘Grégoire, cuando la fe rompe las cadenas’ (Ediciones Encuentro), escrito por el periodista italiano Rodolfo Casadei y presentado el día 18 en Madrid.

El encuentro con aquel discapacitado le empujó a este empresario a hablar con su mujer y, juntos, ponerse manos a la obra. Entonces, decidió llevarse a los enfermos a la capilla de un hospital de Bouaké (Costa de Marfil) y buscar psiquiatras que les atendieran. En 1993, durante una visita de cortesía, el ministro de Sanidad, asombrado por su labor, les dio un terreno para crear un centro especializado. Así nació la Asociación San Camilo de Lellis.

El mal es la ignorancia

“Muchas familias llegan a encadenar a sus hijos. Cuando veo esta reacción de los padres, entiendo que no es su culpa, sino que es un mal de la sociedad, un problema de desconocimiento”, reflexiona Ahongbonon sobre estos enfermos a los que se les tacha de hechizados y endemoniados: “Por eso se les encadena, para hacer sufrir al cuerpo y así echar al diablo. Su única receta es que hay que pegarles, no hay que darles ni agua ni comida”.

“No tienen dolencias extrañas. Son las mismas que en Europa: esquizofrenia, bipolaridad, paranoias… Pero en África, desafortunadamente, hasta los epilépticos son encadenados”, lamenta. E insiste una y otra vez: “El mal es la ignorancia. Incluso se piensa que si tocas a los enfermos te contagian. Llegan a verter gasolina en la parte de la calle donde han estado, porque consideran que si pisas por ahí, te transmiten lo que tienen”. (…)

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