Si los misioneros son semilla de vida allí donde se encarnan, a veces pueden ser el espejo en el que otros se miran para una vocación especial: la vida consagrada o el sacerdocio. Es lo que ha experimentado el maliense Hervé Tienou, sacerdote y director de OMP Malí. Cuando era un niño, en su aldea, Touba, no había un cura que celebrara la misa. “Todo cambió –rememora– cuando llegó un misionero español, el padre blanco Jesús Martínez, que lleva más de 56 años en mi país. Era el párroco de Mandiaquy, a 20 kilómetros, pero venía a acompañarnos y acudía a mi escuela una vez por semana, impulsando allí un grupo de Infancia Misionera”.
En él, “Jesús nos preguntó un día qué queríamos ser de mayores. Yo dije que sacerdote. Y fue por su ejemplo. Solo un año antes, me decía que quería ser, por este orden, profesor, médico y cura. Pero, gracias a él, siempre alegre con los niños, supe que podía ser esas tres cosas en una, pues él hacía de todo: además de sacerdote, cuidaba a la gente y nos enseñaba a todos como un gran maestro”.
El misionero le apoyó en su camino: “Me apuntó en un grupo vocacional. Mi padre se negó a que entrara en el seminario porque tenía 11 años y quería que lo pensara mejor. Gracias a Jesús, seguí mis estudios en otra escuela de más nivel, en Mandiaquy, viviendo con mi abuela. Cuando terminé el liceo, ya con 16 años, mi padre dio su aprobación para que entrara en el seminario”.
La presencia de los salesianos
En ese recorrido, Hervé también ha estado acompañado por otros misioneros españoles: “Con los años, llegaron a Touba los salesianos. Ellos también han marcado mi vocación, en especial Javier Zudaire y Ramón Moyá, quien habló con mi padre para que al fin me diera permiso para ir al seminario”.
Su amistad con otros clérigos españoles ha sido, al final, decisiva incluso para su salud: “Soy muy amigo de un grupo de curas de San Sebastián. Cada dos años, vengo aquí a pasar un mes con ellos. En 2015, estando en Donosti, me encontraron un cáncer de pulmón. Ellos me han acogido y he podido tratarme aquí, lo que seguramente me ha salvado la vida”.
A Hervé le recuerda perfectamente Jesús Martínez, ahora en una residencia de los padres blancos en Pamplona por temas de salud. Tras una vida en Malí, estar aquí le produce “un dolor inmenso, pues es como si me arrancaran a un hijo. Allí hemos levantado, entre todos, escuelas, pozos, carreteras… Son mi gente e iría andando si pudiera”. Sobre Hervé, rememora con mucho cariño “ese grupo de catequesis. Los fines de semana me llevaba a 120 niños de excursión al campo. Gozaban la naturaleza, jugaban y eran responsables. Pasábamos la noche alrededor de una hoguera. Como había escorpiones, se turnaban y hacían guardia. Hoy, cuando otros sacerdotes como Hervé me saludan, me dicen que siguen haciendo lo mismo”. Con todo, “el regalo más bonito es cuando te miran y te dicen: ‘Soy sacerdote gracias a ti’”.