Un siglo después de su muerte, a Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920) todavía lo agitan como bandera del anticlericalismo. No lo era, en absoluto. “Galdós fue un creyente en los valores del cristianismo evangélico”, afirma el escritor y crítico literario Germán Gullón, comisario de la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana, que se inaugura el 1 de noviembre en la Biblioteca Nacional, en Madrid.
“No era anticlerical, pero sí muy crítico con la Iglesia católica”, añade. “Aún se le tacha de anticlerical, tiene que seguir cargando con eso –explica Rosa Amor del Olmo, directora de la revista de estudios galdosianos, Isadora–, pero nadie ha escrito mejor de la cuestión religiosa en España”.
La profesora de Literatura, Historia de las Religiones y Filosofía prosigue: “La posición de Galdós frente al catolicismo siempre fue crítica y analíticamente razonada. Hay que tener en cuenta el contexto, pero para el autor más grande de las letras hispánicas después de Cervantes, la Iglesia intervenía excesivamente en la vida social, en la educación, en la moral. Algunos representantes de la Iglesia como, por ejemplo, los jesuitas fueron un punto de ataque durante años”.
Esta actitud de Galdós, en cambio, presentaba un contrapunto que no debe omitirse. Rosa Amor del Olmo lo señala: “Su opinión fue siempre abierta a la búsqueda de la Verdad, a ser consecuente con lo que se cree, sea cual fuere la religión, y a ser abiertos a la libertad de culto. Podemos recordar, según sus propias palabras, que «si en España existiera la libertad de cultos, se levantaría la prodigiosa altura del catolicismo, se depuraría la nación del fanatismo y […] ganaría muchísimo la moral pública y las costumbres privadas, seríamos más religiosos, más creyentes, veríamos a Dios con más claridad, seríamos menos canallas, menos perdidos de lo que somos»”.
En la visión de la religión en sus novelas, como dice Gullón, “hay dos actitudes distintas”, según sostiene el catedrático emérito de Literatura Española en la Universidad de Ámsterdam. “En la primera, a la que pertenece Doña Perfecta (1876), su actitud es muy crítica con la Iglesia católica, no con la religión. En las novelas de su tercera época, las denominadas espiritualistas, a partir de Ángel Guerra (1891), y llegando a Nazarín (1895), los valores del cristianismo están presentes en los personajes protagonistas. Son gentes caritativas, que cuidan del bienestar del prójimo, y que practican en su vida las enseñanzas de la Iglesia”.